La prosodia es la vía normal por la que desaparece la ambigüedad del lenguaje que tantos juegos permite. Pero hay veces que esos juegos, o alguno en particular, son, es, justamente lo que queremos utilizar para expresar lo inexpresable. En esos casos necesitamos no la prosodia sino la poética.
Y hoy quiero echar mano de esa poética para expresar una vez más la condición de desterrado que dejo en herencia a mis hijos. Ya la expresé en otro momento y de manera tangencial. Ya he mencionado a Saint-John Perse varias veces como mi poeta favorito. Ahora me acuerdo de ésta ocasión En ese post citaba esa frase de Exile:
"J´habiterai mon nom" fut ta réponse aux questionnaires du port.
Y yo añadía:
Juntémonos todos los exilados, en Roma, en París, en New York o en Madrid y ayudémonos a “habitar nuestro nombre”, es decir a hacernos cargo de nosotros mismos, a asumir con gracia que somos la avanzadilla de un mundo nómada, sin raices, en el que caminamos hacia ningún lado y, aun así, todavía podemos sentir la fraternidad, al menos frente a los funcionarios de aduanas.
Hay ciertamente ambigüedad en esa expansión mía y para eliminarla o recuperarla con otro ropaje misterioso,viene totalmente a cuento ahora el mismísimo final de ese poema del destierro:
Et c´est l´heure, ô Poète, de decliner ton nom, ta naissaance, et ta race...
que yo tomo como no solo ambiguo sino como una muestra de ambiguación u ocultamiento voluntarios a fin de enriquecer la experiencia o la forma de expresarla
Para los exilados "habitar" el nombre y, al mismo tiempo, "declinar" ese nombre, el nacimiento o la raza, es la única manera de estar en los pliegues de la vida, pertenecer a un lugar inexistente y en él hacerte cargo de tí mismo. La clave de esta comprensión solo nos la puede dar la poética y ´sta nos dice que miremos a la ambigüedad del vocablo "declinar". Podría decirnos el poeta que renuncia a su nombre , su nacimiento y su raza, pero también quiere querer decirnos que los enuncia y los repite como un mantra, como la única manera de no perderse del todo en la fronda húmeda y resbaladiza de la frontera entre yo y todo lo demás.
Todos los exilados tenemos el don de la palabra y lenguas de fuego adornan nuestras cabezas llenas de mil idiomas que nos ocultan, pero no pueden colmar nustro infinito deseo de escuchar el suave murmulo de una voz que ns adormecía en la lengua que es la nuestra, la que no nos pertenece sino a la que pertenecemos.