"Mamam ça va pas!" Esto es lo que decía un niño de dos años, amigo de nuestro hijo Rafa, en el verano de 1974 en Los Angeles a su madre, francesa casada con un médico español, Juan Tovar. Me ha venido a la cabeza al pensar en que los analistas se empeñan en decir que esto (es decir los efectos de la crisis) va para largo. Hace 36 años de mi recuerdo y a mí me parece ayer. El tiempo tiene distintas maneras de sentirse y hoy me parece que cuarenta años no son nada. Así que puedo hablar de la pérdida de la hegemonía occidental como si fuera inminente.
Pues bien, cuando occidente se de cuenta de que ya no tiene un caparazón que le aisla de oriente y puede ser invadido por los orientales y/o succionado por ellos, no tendrá más remedio que plantearse muy seriamente el desarrollar un esqueleto que evite el desparrame o la descomposición.
Este esqueleto protector consiste en una especie de corsé hecho de varillas. Estas varillas son las comunidades identitarias transversales que resultan ser transnacionales y son las que van a conducir a la verdadera globalización. Y el esqueleto permite una flexibilidad mucho mayor que el caparazón y, por lo tanto, mayor resistencia o resiliencia ante la adversidad.
A mi juico, evidentemente sesgado, están más cerca de entender esto y, desde luego, más preparados para ser sujetos de esa nueva globalización los pueblos, aunque estén dispersos, desde los gitanos a los vascos, los judíos, kurdos, armenios o tamiles, que las naciones constituídas en Estado.
Pensaba eso cuando escuchaba a Cebrián atacar a la identidad como última responsable de los males fundamentalistas que nos aquejan y a BHL defenderla con demasiado poco fervor, algo sorprendente en un francés culto y refinado de origen argelino y judío. Hace falta haber leído a Akerloff y Kranton para empezar a entender lo que es una red identitaria o, al menos, recordar la distinción de Tönies entre Gesellshaft y Gemeinschaft