Cine y neurología de la visión
En la ciudad de Silvia es una película intrigante. Mi primera impresión es que se trata de celuloide que retrata, con luz portuguesa, mujeres eslavas en un escenario natural convertido en escena teatral, un poco a la Lars von Triars. Se le han buscado muchos antecedentes visuales o narrativos Hitchckok o Godard; pero no se ha mencionado esa joya de Manuel de Oliveira de la que nadie ha hablado en serio pero a la que dediqué mi mejor homenaje, Belle Toujours .
En la ciudad de Silvia es una película intrigante.
Mi primera impresión es que se trata de celuloide que retrata, con luz portuguesa, mujeres eslavas en un escenario natural convertido en escena teatral, un poco a la Lars von Triars.
Se le han buscado muchos antecedentes visuales o narrativos Hitchckok o Godard; pero no se ha mencionado esa joya de Manuel de Oliveira de la que nadie ha hablado en serio pero a la que dediqué mi mejor homenaje, Belle Toujours. En ambas películas se trata de la persecución de una mujer por un hombre que quiere reencontrar su pasado para descubrir algo que no va a poder hacer. Hay esquinas que parecen ser la misma en una y otra película, como prece la misma la actitud de la mujer perseguida.
Las mujeres entre las que busca el protagonista de la película de Guerín son estudiantes de una escuela de música y arte dramático de Strasbourg, pero todas parecen eslavas lo que da un toque de exotismo muy a la francesa, Y el escenario de la búsqueda es esa ciudad en la que con humor, nos cuenta el director, todos los mendigos son obesos, los repatidores de flores son cojos y alguien ama a Laura, ¿qué Laura?. La secuencia de la persecución transforma Strasbourg en un esquema de puesta en escena, con las indicaciones de dirección sorprendentemente explícitas y reconocibles por cualquier expectador atento.
Pero lo más interesante es que se trata de una reflexión sobre el oficio, no muy diferente de lo que él mismo expresa en otros medios, y que está basada en la fisiología de la visión mostrando así la posible fuerza poética de la ciencia, en este caso la neurología.
Que se trata de una reflexión sobre el oficio de mirar es obvio. Mira el protagonista sin pudor alguno buscando siempre el mejor ángulo para hacerlo y mira el director a su protagonista mirar de forma que cuando el expectador ve cómo guerín mira simultáneamente a observador y observada ns descoloca, como sis rstuviera haciendo una trampa pues críamos que el protagonista era simplemente el alter ego del director. Pero como el oficio de hacer cine no es solo mirarar también nos topamos con una reflexión sobre el ritmo. El ritmo de las palabras musitadas de la primera escena, en la quien creemos ser un poeta pule el ritmo de su verso, el ritmo del escorzo dibujado, el ritmo de la música intercalada con intención y de resonancias inconfundibles y el ritmo del viento de cambio de estación que hace revoloterar el cabello de una jóven eslava y el cuaderno de un desconcertado rememorador.
Que la neurología de la visión está envuelta en lo que parece ser solo fisiología es algo no tan obvio que me permite especular libremente. El escaso parpadeo de la mirada del jóven que busca y el parpadeo del montaje parecen ser solo parpadeo, es decir la necesidad de humedecer el globo ocular. Pero hay algo en la visión menos doméstico. La neurología de la visión nos ha descubierto que el ojo se mueve constantemente de manera casi imperceptible. Ese movimiento parece ser imprescindible para poder ver. Si el ojo se mantuviera fijo en un punto sin temblor alguno, la visión se cegaría y, de hecho, estaríamos ciegos. No se puede ver con cuidado lo que queremos ver sin al tiempo observar su pequeño entorno.
He ahí pues la moraleja en forma de metáfora. La mirada que ve es la mirada lateral, la que mira como los cangrejos andan, un poco de través.