En el minipost de hace dos días comentaba cómo tengo que retomar la escritura en cuanto me libre de los líos preveraniegos. En este momento son ya las 18 horas de un día caluroso aquí en Madrid y el aire acondicionado me ayuda a pulsar la teclas del ordenador;pero no se de qué puedo hablar.Creo que las tardes debería dedicarlas a la ficción pues siempre queda la esperanza de salir a tomar una copa cuando ya se va haciendo de noche. En Sabiduría y Conocimiento que espero salga pronto publicada y que debe entenderse como una continuación de El Síndrome del Capataz el protagonista aparece como un alter ego del autor por lo que es atrevido hacerle cometer siempre al menos un crimen en el nunca es pillado en buena parte porque ese crimen no es del todo intencionado. Es decir podría tomársele como una mala persona. En el trabajo de este futuro verano desearía más bien colocarme como un tipo un tanto inmoral que, sin embargo, es liberado por la justicia por razones poco claras.
Tal vez el abandono del conocimiento y la búsqueda de la sabiduría hace de este futuro protagonista alguien ajeno a la moral lo que le permite no atenerse a la verdad y salir indemne de no pocas inmoralidades. Hoy al mediodía he terminado un librito de ficcción de apenas 120 páginas, La edad del desconsuelo de Jane Smiley, un ejemplo claro de la forma en la que me gustaría escribir por las tardes. No tiene nada de particular, excepto que su protagonista es un varón cuyo comportamiento está descrito por una mujer. Un matrimonio de dentistas con tres hijos llevan una vida rutinaria ganando bien en su doble clínica de odontología y cuidando de sus hijas con todo cuidado. Todo el misterio consiste en que el hombre cree percibir engaño por parte de ella; pero no dice nada ni cambia su actitud amorosa.
Quizá esto podría ser todo, la vida ejemplar de un matrimonio que se permite sus pequeños engaños sin caer en ningún momento en una ruptura a partir del odio generado por el engaño. No habría estado mal y la descripción de la vida de las niñas pequeñas, cada una con sus características podría hacer constituido una preciosa historia familiar. No había, al parecer, un final más normal. Pero llega la gripe y el matrimonio cuida de si mismos y de sus hijas con todo amor y sacrificio hasta que todos recuperan la salud.
Es justo en ese momento cuando ella desaparece un par de días y él confirma para sí mismo el engaño de ella que lleva tiempo sospechando. Hasta que un día cualquiera vuelve y sin aspaviento alguno dice que vuelve para quedarse. Fin de la novelita. Me ha recordado a mi deseo de describirme este verano como un tipo un poco tramposo, aunque no malvado, que por razones desconocidas no es acusado públicamente por esa otra persona que ha confirmado la trampa.