Dos bebés detrás de un cristal

Publicado el 25/05/2018

Ese martes yo tenía que estar en Madrid no más tarde de las 4 de la tarde, así que decidí salir de nuestra casa de Zugazarte en LA no más tarde de las 11. Había dejado el coche fuera del garaje de forma que, para dejar la finca en que está construido nuestro piso, junto con otros, debía conducir hacia dentro del garaje para luego dar marcha atrás y enfocar ya la verja de salida justamente a Zugazarte. Pero no pude iniciar la operación pues, justo antes de hacerlo vislumbré dos caritas de bebé mirando el coche y a mí desde detrás del cristal de la salita de estar que llamamos de la televisión pues es ahí donde se encuentra el aparato correspondiente ya que nos parecería pecado o un detalle de mal gusto tenerlo en el salón de la parte que da al mar.

Ambos niños estaban apoyados en el cristal con las dos manitas ayudándoles a mantenerse en pie y con la nariz entre ambas manos que intentaban mover en un intento difícil de despedirse de mi. El más chiquitín movía un solo dedo mientras el otro movía toda una mano en un intento imposible de hacerla rotar del todo. Quedé hipnotizado y se me pasó por la cabeza abandonar mis planes y quedarme con ellos para jugar y contarles historietas inverosímiles. Una mano materna los retiró de esa atalaya y yo volví a mi ser y realicé la maniobra de comienzo de ese viaje solitario hasta Madrid parando brevísimamente en donde fuera para beberme una coca-cola a fin de no quedarme dormido.

Pero para cuando me dí cuenta ya estaba en Landa. Había hecho 250 kilómetros pensando en la cara de estos dos bebés. El menos chiquitín tiene un pelito rubio y sonríe continuamente mientras observa sin parar todo lo que su mirada encuentra y que parece encantarle. Tarda poco en en esa tarea y exige repetidamente que le cambies de postura para que sus ojos descubran otras maravillas. El más chiquitín, con su pelo moreno y con entradas procede justo al contrario. Fija la mirada en una cosa determinada, sea esta cualquiera, y no la aparta hasta que alguien le cambia de postura con lo que su mirada se fija en otra cosa. Los viejos podríamos apelar a nuestras lecturas y decir que uno sabe de muchas cosas pero poco de cada una mientras que el otro acabará sabiendo mucho de algunas pocas cosas.

Mientras tomaba mi coca-cola recordé que esto es lo que Isaiah Berlin llamaba el zorro y el erizo y me pareció una bendición que estos dos seres no fueran a estar lejos de mi el resto de mi vida. La cafeína me llevó a una decisión inmediata, a dedicar ese próximo libro que no acabo de terminar, pero cuya dedicatoria ya tengo decidida a estos seres nuevos. El libro se llamará Conocimiento y Sabiduría y, aunque estas dos nociones no coincidan exactamente con las del zorro y el erizo, la dedicatoria será para uno y otro de estos pequeñajos pues ambos serán sabios.