Vivo en una casa individual de cuatro plantas ya antigua y con techos muy altos. Esto exige el uso continuo del ascensor interior que, en su día, instalamos. Durante años lo he utilizado muy poco a fin de hacer ejercicio con el incesante subir y bajar, pero ahora empiezo ya a utilizarlo bastante a menudo siempre con mucho miedo de que algo pase, se pare entre plantas y me quede prisionero.
De ahí que ya desde hace bastante tiempo nunca lo tome sin el teléfono móvil en mi bolsillo. Si se para puedo llamar a alguien que esté en casa en ese momento para pedir socorro y, en todo caso, al instalador cuyo número de teléfono y otras informaciones constan pegadas a una pared interior del ascensor. Ya me pasó una vez y esta disponibilidad fue útil aunque la ayuda no fue inmediata. Esperé charlando con mi familia dispersa entre las dos plantas a las que yo tenía un cierto acceso visual.
Hace unos pocos días he comenzado a tomar este ascensor interno acompañado no solo por el teléfono móvil sino también por el libro que estoy leyendo esos días a fin de entretenerme en caso de parón mientras espero al instalador. Todavía no ha surgido la ocasión de sentarme en el diminuto suelo del cajón; pero estoy ya pensando que debería instalar una silla diminuta y plegable por si la ocasión surge de utilizar simultáneamente esa silla, el libro y el teléfono.
Casi podría pasar la noche ahí, encerrado, pero por si acaso un día no me queda más remedio, he pensado que debería encontrar una solución definitiva. Pretendo instalar la fina silla plegable en la pared del fondo mientras voy a instalar una estrecha y corta balda que siempre ha de estar llena de las últimas novedades editoriales y sujetar un teléfono móvil siempre disponible. Disfrutaré cada vez que lo tome y no extrañaría que de vez en cuando, en alguna ocasión especial, me encierre en ese diminuto lugar para sentirme solo y raro.