Llega el otoño y hoy veo a los podadores-herodes descansando mientras se fuman un pitillo. Solo algunos percibimos el suave llanto de los árboles ahogado por esa máquina ramasefeuilles inventada para que el pueblo no perciba el rumor de la matanza. Un jóven adolescente de fina sensibilidad y bajo el influjo del plenilunio aprovecha el ruido para descerrajarse un tiro en la sien. Yo lo oigo. Los herodes continúan su trabajo de poda sin piedad.