Han sido unos días difíciles estos últimos porque mi mal de Paget me ha hecho sufrir mucho y de maneras inesperadas, a pesar de lo cual no he tenido más remedio que asistir en Bilbao y en Madrid a las despedidas intelectuales de dos colegas, buenos amigos, que han cumplido los 70 y han decidido no hacer uso de algunas facilidades de sus respectivas universidades y retirarse del todo. Y, además, al tener que tomar un avión para poder acudir a ambos eventos, aproveché para comprarme un libro en Barajas que me ayudó a volar sin concentrarme en mis dolores. Se trata del ensayo de Remedios Zafra al que se refiere Daniel Bellón en su reciente post y del que nos promete seguir hablando en el futuro próximo. A mi también me gustaría poder colaborar al esfuerzo de Remedios Zafra por hacernos ver la Precariedad del trabajo creativo en la era digital subtítulo del ensayo.
En los dos homenajes a los que me he referido el tema genérico, cualquiera que fuera el puramente académico era justamente el del trabajo intelectual y ciertamente en la era digital al menos en algún aspecto. En efecto, no se trataba de señalar en un caso u otro si la posibilidad de que sus trabajos pudieran ser leídos de una u otra manera en la Red, sino, sobre todo, de que la expansión de la informática permitía medir su producción y calibrar su valor de acuerdo con mediciones que se han desarrollado de la calidad de un científico por medio de un número como, por ejemplo el Indice h que mide de forma original tanto las publicaciones como el número de citas por ejemplo que, sin duda, son una aproximación no estúpida de su calidad.
El trabajo de ambos homenajeados es ciertamente muy bueno bajo una medida como esta y en las charlas oficiales casi todos sus antiguos alumnos ahora ya colegas mencionaban ese índice de calidad; pero en los recesos para tomar algo o despertarse con un poco de café, esas personas, hoy en pleno trabajo creativo, recordaban aquella época en la que las publicaciones, su calidad y número aun siendo conocidas no es lo que más recordaban estos discípulos; sino más bien la forma en la que comunicaban el entusiasmo por las ideas que pregonaban. Fueron estas las que les llevaron a continuar con la carrera académica y a sufrir los avatares de una tan extraña carrera cuyo éxito o fracaso se mide no tanto por el entusiasmo que genera o por parámetros universalmente conocidos, sino por otras razones menos santas, pero que, en cualquier caso, exigen cada vez más una movilidad excesiva y, a menudo, prácticamente incompatible con una vida familiar. De ahí la precariedad de la que habla Remedios Zafra y que se extiende más allá del mundo académico al artístico en general con criterios asimilables a los mencionados hasta ahora.
Estas ideas son las que en la realidad del trabajo creativo castran un tanto la creatividad pues no congenian muy bien con la diversidad pues, tal como ya empieza a ser un lugar común, la aplicación de los índices reseñados llevan a la imitación de los mayores más famosos por parte de los jóvenes a pesar de lo que estos querrían. Como no es difícil admitir que esa falta de diversidad limita la creación de nuevas avenidas para el pensamiento, deberíamos rebelarnos un tanto sobre el camino por el que nos lleva la informática en la era digital.
Y la manera que creo Remedios Zafra va a seguir en el resto de su ensayo es precisamente la de poner de manifiesto lo que creo llama en esas pocas páginas que he podido leer hasta ahora «la proletarización del trabajo creativo». No ganarán mucho y tendrán que estar al albur de los gustos cambiantes de los patrones. Se me ocurre pronosticar que, en el mejor de los casos, los más afortunados alegrarán los ocios de los grandes señores con el enriquecimiento intelectual de los salones ilustrados.