Con nuestra llegada a Madrid comenzó el segundo tramo de mi carrera académica. Continué con mis intentos de publicación de buenos artículos de teoría económica así como de libros de cierta calidad a efectos de la enseñanza. Pero poco a poco estos esfuerzos se fueron complementando con una inesperada pluralidad de oficios en la que se mezclaban no solo la nuevamente recuperada enseñanza, sino además las visitas a centros extranjeros y,lo más inesperado, la coexistencia de distintos orígenes de rentas, desde la académica a la proveniente de la empresa privada. En este caso se trataba, por un lado, del periódico económico Expansión como presidente de su Consejo Editorial, tarea perfectamente compatible con mis obligaciones académicas y, por otro lado, del BBV recientemente fusionado a partir del BB y del BV, y a cuyo Consejo me incorporé con un sueldo mucho mayor de lo que yo nunca sospeché llegar a disfrutar. Fue esta última incorporación la que me fue comiendo más y más mi tiempo hasta que tuve que renunciar de momento a esas obligaciones académicas que me servían, por lo menos, para no caer en la estupidez de un nuevo rico.
Sin esa compensación mi vida cambió bastante radicalmente. Comencé a viajar a Latinoamérica de manera habitual a fin de asistir a Consejos de Administración de diversos bancos locales y, de paso, permitirme conocer muchas regiones maravillosas prácticamente gratis. No meditaba seriamente sobre el coste de viajes de capricho a ciudades que, aunque ya conocidas, eran siempre disfrutadas, como París, New York o las capitales nórdicas, entre muchas otras. Nos permitíamos mejoras interesantes de habitabilidad en residencias nuevas o antiguas y magníficos veranos en lejanos lugares de mar así como en nuestro adorado País Vasco, hogar de nuestras familias y, la verdadera novedad, nos convertimos en nuevos coleccionistas de arte, una manía esta que no solo nos parecía una inversión interesante sino que, además, servía para embellecer las paredes de nuestras residencias.
Nunca se me pasó por la cabeza que esta buena vida pudiera acabarse en algún momento; pero la fusión con Argentaria en el BBVA trajo consigo extrañas dificultades internas que acabaron con la expulsión de los Consejeros provenientes del BBV y el consiguiente juicio por acusaciones infundadas pero que no aclaró mi inocencia hasta que pasaron cerca de tres años, entre la instrucción de la Audiencia y el juicio en el correspondiente tribunal. No fui condenado a nada; pero esos años hasta la sentencia fueron amargos sobre todo por la observación de las caras raras que tuve que contemplar en gente que yo creía amiga.
Así fue pasando lo que llamo mi período que durante unos cuantos años mezcló la situación de imputado ante la ley y la entrada en el mundo del psicoanálisis, precisamente por el nacimiento del sentido de culpabilidad, algo que desconocía pero que me permitió mirarme con otras gafas.