Lo que llamo mi obra póstuma no es, en efecto, sino un intento de último momento de hacer de mí un individuo único y, por lo tanto, irrepetible. Ninguna de mis características físicas me parece suficiente para definirme con claridad en este sentido, como tampoco lo es ese conjunto de características que, seguramente, es único para cada persona pero de una manera trivial. Lo que yo deseo encontrar en mí es un conjunto de características espirituales e intelectuales que me distingan del resto ya sea por una u otra de ellas o ya sea por su conjunto.
Aunque ese conjunto semiúnico ya me sería suficiente, me conozco, y sé que pretenderé detectar que soy único y grande en una u otra de esas características y no tanto en las espirituales como en las intelectuales. Buscaré estas últimas y sólo si las encuentro procuraré darles un tono espiritual. Digamos para aclararme, y méramente como ejemplo, que me gustaría ser un genio de la física que se desplaza a África para utilizar esas ideas incomprensibles en toda su complejidad, en beneficio de un gran desarrollo económico de algunos países de ese continente, aquellos que poseen las características que han sido identificadas por mi genialidad fisco-teórica.
En mi caso particular, siempre pensé en mis años académicos que querría desarrollar una cierta rama de la ciencia económica a fin de aplicarla a un problema económico real. Me interesaba bastante la influencia mutua entre fiscalidad y dinero o, más elegantemente, entre macroeconomía y política económica. La aplicación de la política monetaria al crecimiento no me satisfacía porque el dinero no existiría en un modelo de equilibrio macro, pues en ese equilibrio todos los intercambios ya estarían realizados sin necesidad alguna de dinero o de política monetaria. Mi pretendido talento teórico debería de ser capaz de desarrollar un modelo macro de desequilibrio en el que la política de un banco central podría ser modelada y sus resultados estudiados.
En una terminología más comprensible, yo no solo querría ser un ingeniero que sabe como unir piezas de hierro en un motor (engine), interesante para la transmisión de energía eléctrica, sino que desearía ser un genio que pudiera concebir la electricidad de forma alternativa y genial, potencialmente abierta a formas de transmisión nuevas, impensables hasta hoy y más baratas. Y si hubiera que elegir entre Ingeniero (engineer) y Genio (genius) yo creo que elegiría ser genio aunque el reconocimiento público de este último es muy poco probable.
Dicho sea de paso y en relación al saber escuchar del que escribí en un post anterior, lo que hoy escribo explica por qué los ingenieros no saben escuchar. Es así porque creen saber la respuesta a cualquier problemita.