Entre los mucho anglicismos que se cuelan en el idioma que se habla todavía en España, hace ya tiempo que me llama la atención el de gentrificación pues me parece que existen sinónimos adecuados como los de señoritismo o aburguesamiento que lo hacen innecesario. No es lo mismo que lo de Brunch pues todavía no conozco ninguna palabra que reúna adecuadamente en castellano lo de desayuno y comida. O, por lo menos, no me suena bien lo de desalmuerzo o desalzo que podrían referirse a lo mismo. No soy el único al que extraña esta mezcla lingüística tal como se ve en el siguiente párrafo que he encontrado no se donde:
Habitan entre nosotros y están por todas partes: en los anuncios de la tele, en la última canción de moda, en los titulares de las noticias, en el meme que te manda tu cuñado por WhatsApp. «Juernes», «viejoven», «trabacaciones», «infoxicación», «veroño». Son blendings, palabras siamesas formadas a partir de la fusión de dos términos independientes. Probablemente, el fenómeno lingüístico más odioso de todos los tiempos y que no deja de crecer. Desde hace unos años, surgen blendings como champiñones y no hay mes en que no aterrice un nuevo producto o tendencia milenial con su blending colgado del brazo.
El lenguaje es siempre un reflejo de lo que pasa y constituye por eso un fenómeno interesante más allá de ser, en sí mismo, objeto de la filosofía. Por eso me pregunto cómo vamos a reaccionar lingüísticamente cuando caigamos en la cuenta de que quizá la agonía del churro es un reflejo de esa gentrificación de la que hablaba. Cada día es más y más difícil encontrar un sitio donde poder degustar unos churros, por ejemplo en el desayuno. No tengo ninguna esperanza de que se incorporen a lo que ahora los señoritos llaman Brunch. Falta poco para que para encontrarlos haya que acudir a uno de esos chiringuitos que, en mi tiempo, surgían de la nada en las fiestas de los pueblos, un poco como el circo.
El sábado pasado los dueños aparentes de uno de esos chiringuitos, establecido en Arganda del Rey, me dijeron que se iban ya para aprovechar las Fallas de Valencia. Y los mejores churros que he tomado últimamente fueron unos que compré en un churrería ambulante de París, justo en la Plaza de Saint Germain des Près. Esto último me hace pensar que es posible que la llamada gentrificación no acabe con los churros como alimento genuinamente delicioso. Pienso que esa gentrficación puede traer no la desaparición sino la reconversión del churro y que este deje de servirse en un viejo bar y comience a ofrecerse en los nuevos establecimientos a los que acuden los nuevos pequeños burgueses. En cierto sentido lo mismo esta gente está volviendo a las barberías antiguas para conseguir una barba arreglada que dote de sentido a lo inspirado que hay en la llamada Gentrificación.