Hace ya dos semanas que se levantó una enorme polvareda sobre el mal uso de datos personales por parte de las grandes firmas como es el caso de Facebook, o al menos lo parece. Zuckerberg tuvo que asistir y declarar en el Congreso de los Estados Unidos. El púbico lego, como un servidor, se enteró que esta firma genera muchos datos que transfiere, supongo que a cambio de un precio, a otras empresas distribuidora de propiedad ajena (o quizá a ella misma bajo otro nombre), empresas estas que se encargan, tan sigilosamente como pueden, de trasladar a quienes puedan sacarle rendimiento económico o político o del tipo que sea.
En mi mediocre teléfono móvil cada vez recibo más anuncios de empresas con las que he contactado de manera inocente y eso me hace pensar en las enormes posibilidades que surgen a través del conocimiento de datos personales de mucha gente y de su clasificación ordenada para diseñar la publicidad de manera casi personalizada. O sea que no parecen extraños los asuntos políticos recientes como la elección de Trump o el mismísimo Brexit o su posible relación con Wikileaks.
Todo esto es como una pintura abstracta de lo que será nuestro mundo cuando en él la privacidad quizá llegue a ser un recuerdo de otros tiempos. ¿Es esto terrible? como tal se ha tratado en la prensa; pero quizá merezca la pena demorar el juicio un poco hasta que pensemos un poco más sobre el asunto y más allá de la evidente ventaja de que en la vida ordinaria te encuentres con aquello, sea consumo o contacto humano, que te proporcione mayor satisfacción. Pero hay razones más sofisticadas para celebrar este nuevo mundo.
Hoy me gustaría reflexionar brevemente sobre la autoría, sea esta blanca o negra. Cuando uno escribe un libro parece claro que por debajo del motivo pretextado hay un gusto narcisista y exhibicionista de desnudarse en todo o en parte. Pues parece claro que ese gusto puede satisfacerse de diferentes maneras y aparecer como varios autores distintos. Visto como un striptease se trata de algo fascinante. Algo parecido al gusto por ser un negro que escribe con uno o varios nombres falsos en la esperanza de que, sin duda, acaben descubriendo quien de esos nombres exhibe el cuerpo desnudo que quienes le conocen desearían descubrir. El mundo se convertirá en cabaret más o menos picaresco.