Humanidades

Publicado el 02/01/2011

Inauguremos este primer maxipost de 2011 con un comentario de Teo Millán sobre mi post dedicado a la Universidad y la Investigación y que ponía en juego la formación humanítica. ¿Tiene esta valor de mercado? Esta es la dicusión que inicia Teo y que espero tenga muchos comentaristas. Dice Teo:

<< Mi visión sobre el tema –siendo este algo que me inquieta, en particular en sus aspectos más prácticos - es algo diferente del eventual interés por la capacidad de las humanidades de edulcorar otras especializaciones académicas más tediosas. Pienso que como no seamos capaces de producir un argumentario no solo sólido sino efectivo, a favor de mantener (restituir) la educación superior humanística, no vamos a lograr romper una lanza en defensa del tema. Donde “efectiva” se mida, en última instancia, por el “valor de mercado” de dicha formación. Esto es, que alguien que invierta en la misma, sea capaz de apropiarse de alguna renta diferencial. En mi vida profesional en el mundo financiero – y nada tal vez más lejano del mundo de las humanidades - he conocido y sufrido las indudables capacidades de algunos anglosajones, tradicionalmente formados en universidades de prestigio en especializaciones de humanidades, luego completadas con un mero curso de MBA de apenas un año de duración. Esto es algo que me ha hecho reflexionar en varias ocasiones sobre que hay una elemento de gran valor en una formación humanística.

Al menos conozco dos elementos de la educación humanística, que no es fácil encontrar en otras materias. Como bien decía nuestro amigo JRC, a la universidad se va, en primer lugar, a aprender a leer y a escribir. Le faltaba añadir (“va de guay”) y a hacerlo “con precisión”. Creo que también le faltaba añadir; “y aprender a hablar”. No es fácil formar gente en dialéctica, expresión oral, comprensión de lectura y redacción, en cursos de “organización empresarial” o “contabilidad” (soy consciente de cómo la excepción viene siempre a confirmar la regla). Aunque, curiosamente, las ciencias duras sí tienden a cubrir una parte importante del aprendizaje de dichas capacidades, probablemente por la exigencia de precisión tanto la de lectura, como la de escritura. Y la “precisión” en dichos terrenos es condición sine qua non para pensar también con precisión. Y esa “precisión” es, finalmente, una exigencia en los primeros niveles de dirección de cualquier organización, privada o pública. Y por ello un elemento valorado y demandado en el mercado laboral. Tal vez no en el segmento de los jóvenes profesionales, pero, sin duda, en las etapas subsiguientes. Por otro lado, la dialéctica es importante en cualquier carrera aplicada. La capacidad de persuasión resulta crucial para desenvolverse en muchos ámbitos profesionales. Y, de nuevo, no resulta fácil desarrollar esa capacidad en clases de análisis financiero. Ni se encuentran muchos sitios donde aprenderla. Por eso los textos clásicos humanísticos, son una buena fuente para ello. Finalmente, la historia, la sicología, la sociología y el arte, son llaves importantes para entrar en varios mundos de creciente popularidad, como son el del marketing, la política y la alta dirección. Finalmente, cualquier persona orientada a la toma de decisiones, sabe la frecuencia con que se enfrenta a problemas no programables. En tales situaciones, lo que aplica es el juicio crítico. Y en su funcionamiento entran en juego elementos que aún hoy nos son desconocidos. Probablemente, el juicio de la razón es uno de los procesos de humanos más misteriosos. Los neurólogos ni siquiera lo atacan, y se quedan en campos periféricos, o se hunden en el agujero negro de la autoconciencia. (No me refiero al problema de la elección entre alternativas, en particular en boga cuando estas tienen una componente moral. Sino a la mera toma de decisiones digamos “operativas” en relación con el funcionamiento y/o actividad de organizaciones).

Para ejercer el juicio crítico con astucia y con lo que se conoce por “sentido común”, parece que debiera importante tener una visión horizontal sobre amplios campos de la cultura. ¿Porqué?, posiblemente porque dichos juicios tienen tanto que ver con la realización de comparaciones de situaciones, de establecimiento de relaciones entre elementos, de lectura de implicaciones de decisiones, que sea importante contar con el mayor número de referencias. Así, es posible pensar en gente de un profundo nivel de incultura realizando muchas funciones en puestos meramente funcionales de sistemas productivos, o en que las referencias necesarias en que apoyar decisiones son de orden práctico-artesanal, o de un orden muy limitado, ó especializado. Pero probablemente resulta más difícil encontrar ejemplos responsables de toma de decisiones “incultos” capaces de adoptar decisiones que son luego aplaudidas por lo sabias, oportunas o eficaces. Y reconozco que en esto, estoy haciendo, simplemente, un juicio de valor de difícil de sustanciación y refutación.

En consecuencia, no creo que sea por mor de un divertimento, ni a la búsqueda desesperada de respuestas sobre cuestiones transcendentales imposibles de satisfacer en el ámbito no espiritual, por lo que se dirija la atención de personas maduras hacia el terreno de la filosofía. Al menos, no aquellas personas con un bagaje “no inocente” sobre la propia cultura. Si no, tal vez, a la búsqueda de referencias que permitan fortalecer su sentido a la hora de ejercer el juicio. Que además se dé una cierta autosatisfacción en dichas personas, al permitirse ejercer la facultad del juicio, es un complemento importante y, en muchos casos, qué duda cabe, priorizado ante el objetivo anterior. Pero no por ello se desvirtúa la naturaleza de su atracción, que no deja de ser, repito, el ejercicio del juicio. De hecho, pocas veces se escucha a la gente con “aficiones” culturales realizar ejercicios de mera petulancia, exhibiendo su conocimiento. Y a los que así vemos actuar, tendemos a devaluarlos y tacharlos de inocentes engreídos. Sin embargo, se tiende a elogiar a quién, como resultado de su saber, es capaz de razonar adecuadamente y realizar lo que se llama “juicios afortunados”. En definitiva; ¡juicios!.

De la misma forma, no creo que la educación humanitaria sea un “valor estético a preservar” si no, de nuevo, una fantástica “base de datos”, fuente de referencias ensayadas en la historia de la humanidad. Eso sí, tal vez datos sintetizados en conceptos culturales, de la que extraer referencias para ejercer y formar dicho juicio.

¿Valora esto el mercado laboral? Posiblemente, lo que no se hace es identificar donde se potencian muchas de las cualidades y capacidades que busca y valora ese mercado. Pero no por ello se deja de pagar a la persona con dichas capacidades. ¿Qué está ocurriendo?, que el mundo privado está comenzando a dar formación complementaria a profesionales sobre técnicas de negociación, técnicas de exposición, técnicas de redacción y técnicas de oratoria. Esto es, aquellas técnicas que configuran una parte importante del bagaje cultural de las humanidades. Creo que es fácil que pronto descubramos que además de los cursos, también privados de literatura y filosofía, se comienzan a dar cursos privados de lenguas muertas, por su valor en el desarrollo avanzado de la comprensión, la expresión y la síntesis. Y, finalmente, acabaremos descubriendo que esas mismas instituciones privadas forman en historia, por el interés en el tratamiento de problemas, en base al conocimiento de la evolución de las costumbres, la mentalidad y los centros de poder. Un fenómeno apasionante este de observar que lo que se va vaciando por una puerta de las universidades, lo va recogiendo el sector privado por otra. Eso sí, a costes de producción muy distintos. Pero, al final, ¿no es bueno pensar que el valor de dichas técnicas sube en el mercado libre, y desdice los precios intervenidos fijados por el sector público?

Aunque si esto es así, ¿por qué no se da una demanda de dichos cursos de humanidades en las facultades correspondientes? Creo que la respuesta es que dichos cursos están absolutamente fuera de foco para lo que el público demanda hoy en día. Y en esto valdría la pena dirigir la mirada a las primeras escuelas griegas para entender hasta qué `punto se buscaba un valor práctico inmediato al conocimiento humanístico. Pero ese es otro tema, que resulta además genérico de la enseñanza pública en general. EL desfase entre la dinámica social y el conocimiento y los medios de utilización de los mismos y la propia formación de los responsables de esa enseñanza. Y al caso viene la última traducción de esa humanista tan interesante, Martha Nussbaum; “Sin ánimo de lucro”. También, el concepto de cultura instrumentalizable como síntesis de conocimiento práctico creo que está en el mejicano Roger Bartra.

Repito, estoy convencido de que como no produzcamos un argumentario sólido y efectivo sobre el valor de la enseñanza de las humanidades, difícilmente podrá darse un giro en las tendencias que son ya hoy un alud que está barriendo el bagaje humanístico de las universidades españolas. >>