ILUMINACIONES XXV, una vida randomizada

Publicado el 03/09/2010

Recuerdan, espero, esa dolencia mía que se podría denominar efecto riqueza inmediato. Compruebo las cotizaciones cada hora escasa en mi blackberry y me comporto según su tendencia. Si el índice que me interesa está bajando no abro la lata de atún que la dieta me permite a media mañana o tomo un autobús en lugar de un taxi o renuncio a la sesión siguiente de mi PT o personal trainer. ¿Que la bolsa está subiendo? pues en lugar del atún me tomo un sashimi (que el arroz engorda) en el japonés de la esquina de la oficina o me desplazo bajo tierra en metro o simplemente me hago el muerto para no gastar energías.

Me ha llegado el momento de pensar en la Bolsa como un aparato randomizador que podría llegar a regir mi vida. Nada de despertador, una llamada preordenada que me diga cómo ha ido el nikei de Tokio determinará si me levanto ya o espero a la apertura del mercado continuo en Madrid. El ritmo y la exhaustividad de las abluciones mañaneras dependen, desde luego, de la hora de abandonar el lecho pero también, naturalmnte, del ritmo de variación en ese mercado. Ni que decir tiene que salgo de casa para ir a la oficina, o no lo hago, dependiendo de las pequeñas fluctuaciones. Quizá llegue hasta salir y volver a todo correr antes de agarrar o un taxi o un autobús. Comer en casa o fuera dependerá de las diferencias entre los indices de Madrid o París o Milán puesto que los precios del almuerzo dependen, pienso yo angustiado, de la composición de la comida según origen. Contiuar o no trabajando en mi novela depende de si creo que puedo hacer alguna ganancia intradía en conexión con mis gestores; pero lo peor es que si veo que, despues de cerrado Madrid, Wall Street tiene algúna tendencia no prevista tengo que esperar hasta bien entrada la noche para poder hablar con tranquilidad con mi gestor en NY a fin de programar los planes contingentes para mañana. Mi ritmo cardíaco depende de la volatilidad y resulta que como casi todas las operaciones se hacen ya mediante los procedimientos de HFT, el corazón late de manera desordenada que, según mi médico, un bolsista compulsivo, es bueno para pacientes de mi edad simpre que se acompañe de un poco de gimnasio que, él no sabe, utilizo según las oscilaciones imperceptibles marcadas por mi exclusivo dispositivo que, conectado al Ibex, me tiene al tanto de la más diminuta de las oscilaciones. El desarrollo de mi musculatura depende, ¡quien lo iba a decir! de los caprichos de los programadores locos de esos otros aparatos cuyo mercado está creciendo significativamente. He comprado algo de esto en un fondo especializado.

Lo malo son los fines de semana en los que me encuentro perdido y desarrollo una actitud con la familia de la que me avergüenzo. Pretendo que todo se haga a la mayor rapidez posible como si así hiciera que la madrugada del lunes llegue cuanto antes y me despierte la llamada preordenada de Tokio. ¡De acuerdo! no controlo mi vida. He delegado totalmente en la bolsa como aparato randomizador, pero confieso con rubor que este ritmo impredecible me va mejor que los disgustos, también impredecibles, con los que se acompañaba mi vida cuando pensaba que las personas pueden arreglarselas entre ellas para ser razonablemente felices. Lo siento queridos amigos, pero soy felicísimo.