Leí con atención la entrevista que hacía El País a José Arregi, teólogo franciscano de la estela de Urs von Balthasar castigado por el episcopado a no impartir clases de teología ni en la Universidad de Deusto, en donde las había impartido los últimos años, o en cualquier otra facultad, espacio público o chiringuito.
La entrevista es una buena aproximación a la crueldad acrisolada de la Iglesia pero, más que ese aspecto, archiconocido, me im¡nteresaron sus refererncias a ese padre de "manos muy grandes, como el corazón" que...
...nunca supo leer ni escribir, ni palabra de español. Pero nunca se perdió.
Este lenguaje entre épico (manos grandes), lírico (gran corazón) y pragmático (nunca se perdió) me enardece y oigo resonar los sonidos de mi tierra y la voz de mis ancestros. Un idioma, el euskera, que para decir "vamos los dos" dice "vamos ´zu eta biok´ (tu y los dos)" no es cosa cualquiera y debería ser atendido y escuchado por todos aquellos que hoy se preocupan, por ejemplo, por las "we intentions" o por un planteamiento holístico de las ciencias sociales en general y de la economía en particular.
Mi padre también tenía las manos grandes y y en su corazón cabía (casi)todo el mundo. No sé si sabía mucho aunque sí sé que sabía leer y escribir y no solo hablaba español y euskera sino también otros idiomas. Pero creo que se perdió en el horror de la posguerra civil.
Arregi y yo vengamos al padre "declinando su nombre" que diría Saint-John Perse, y también nos vengamos de él aprendiendo más idiomas. Pero ¿no nos hemos perdido?
A veces pienso que las palabras son como señales de carretera trastocadas nocturnamente por el genio maligno de Descartes tan bien masajeado por Vicente Serrano.