La enfermedad alemana

Publicado el 28/11/2010

Europa enfrenta hoy un problema propio que si no se entiende bien y no se ponen los medios para remediarlo se puede llegar a convertirse en una verdadera pesadilla. Me refiero a los problemas del euro que, se originan, argüiré, con el ajuste que comenzó en mayo pasado debido a la deutsche krankheit transmitida a Francia. Esta “enfermedad alemana”, que otros llaman german angst uniendo el inglés al alemán, es una especie de ansiedad sobre todo lo que parezca romper la diligencia propia de una sana familia tradicional en el manejo ortodoxo de sus disponibilidades económicas. Ortodoxia ésta que sin duda refleja la humillante perplejidad y que produjeron la república de Weimar de entreguerras y sus consecuencias; pero que se remonta más atrás, a ese imperio y reino que el dictum kaiserlich und königlich (k und k) nos evoca. Que los demás no compartan o no sigan sus recetas de evidente sabiduría tristemente adquirida les produce a los kakanos un desprecio majestuoso y severo que no se puede entender más que desde un imperio como el de los Habsburgo y desde un reino como el que conformaban otros territorios bajo su soberanía.

Son la majestuosidad de una reina madre y la imponente figura de un padre severo las que les impone a los kakanos actuales una obligación docente y ejemplarizante que recomienda autoritariamente lo contrario de lo que habría que hacer a la salida de un crisis que ha generado un gran desempleo y ha aumentado in oportunamente la tasa de ahorro. Este espíritu cristalizó en octubre en el acuerdo con Francia para cambiar el tratado de la UE y permitir dentro de la zona euro tanto la reestructuración de deuda de un país de forma que la apelación al apoyo de los demás se haga menos perentorio, como que los acreedores colaboren al gasto general que el rescate de un país pueda exigir.

Pero echemos la vista atrás. El inicio de la crisis cogió a todos los países con unos tipos de interés muy bajos que propiciaron un enorme endeudamiento privado para comprar segundas viviendas u otros bienes de consumo duradero independientemente de si tenían déficits públicos o no los tenían y de su volumen. Ante una caída de los precios de los activos la demanda agregada se retrae y se genera un exceso de oferta que para ser eliminado exige una reducción de la producción y el empleo con el consiguiente círculo vicioso que, al tratarse de acontecimientos simultáneos y generalizados, deprime también la demanda exterior que se concentra en los países más competitivos, como Alemania. Al mismo tiempo ocurre que, para sustituir a esa demanda retraída, se impone un incremento del posiblemente reducido y sin duda razonable déficit fiscal y una consecuente generación de nueva deuda pública soberana, al principio dentro de los límites fijados en Maastricht y pronto fuera de ellos, justamente lo que ha pasado en España.

Lo que había que hacer en una situación como esa ha sido y es muy discutido. En los Estados Unidos los demócratas pensaban y piensan que hay que inundar de dinero la economía, ahora con el QE2, para poder mantener baja toda la curva de tipos para así alimentar la demanda privada y pública desincentivando el ahorro aunque esto traiga un incremento del balance del banco central (FED) que ya se podrá reducir en el futuro para evitar la inflación. Los republicanos piensan, por el contrario, que la solución consiste en una especie de devaluación interna implícita que reduzca los salarios y el déficit público y sanee la balanza comercial. España debería haber procedido como aconsejan los demócratas americanos aumentando su déficit sin miedo a un aumento del saldo de la deuda que se podría refinanciar a precios razonables siempre que el ahorro comience a desvanecerse y mejoren las expectativas de crecimiento. Si hubiera sido posible debería haberse hecho algo así por lo menos durante un año. Pero no fue posible porque en mayo pasado Alemania y Francia aceptaron la receta contraria consistente en la consolidación fiscal y la disminución de algunas prestaciones de su estado del bienestar. Esta opinión y práctica alemana prevaleció y obligó a España a hacer una política que no le conviene y que va a retrasar su crecimiento de forma que los sacrificios se harán más y más dolorosos.

Mientras tanto los mercados cumplen con su papel de agregar información y de proceder en consecuencia a fin de ganar dinero. Con el precedente de Grecia y la evidente actitud k und k alemana, no pocos analistas se dan cuenta de que apostar contra la deuda soberana de algunos países puede tener un interés crematístico obvio. Además de la tradicional manera de hacerlo mediante la venta en corto en mercados organizados se puede hacer comprando OTC (over the counter), es decir sin contrapartida, los famosos Credit Default Swaps (CDS) que, una prima mediante, aseguran contra la pérdida y que, considerados como depósito de valor en sí mismos, pueden aumentar mucho su valor a medida que esa misma actividad va haciendo realidad la predicción de disminución del precio de la deuda soberana contra la que se apuesta.

Las soluciones esta situación no son fáciles en una Unión que no tiene mucha coherencia política y carece de un gobierno económico, pero apelar a una salida de tipo político es ahora mismo poco práctico pues pospone indefinidamene la solución de nuestros males sin proponer nada inmediato. Si la construcción de Europa está en juego hay una solución sencilla y expeditiva que tiene que pasar por convencer a los bajistas que van a perder dinero. Una manera de caminar en esa dirección sería que el BCE ofreciera contrapartida no solo a toda la deuda sino también a todos los CDS que se le presenten a la venta evitando que su precio se incremente cada vez más debido al apetito de tener razón. Pero una solución así no es aceptable, de momento, para una postura k und k