Recuerdos de otros tiempos

Publicado el 02/03/2018

La lluvia de estos días, que ha seguido a la nieve, me ha traído a la memoria la lluvia bilbaína de mi infancia, adolescencia y juventud de la que nos protegíamos con gabardina y paraguas si había que salir, al colegio por ejemplo; pero de la que disfrutábamos precisamente no saliendo si era posible y gastando nuestro tiempo en esas lecturas que nos inyectaron para siempre el gusto por los libros y la sensación de seguridad al ver llover desde cualquier ventana y, sin embargo, sentirte protegido y disponible para los sueños. Son algunos de esos sueños que, en forma de recuerdos, me consuelan estos días bilbainos en Madrid. Estoy casi seguro que en otros posts habré escrito de esos recuerdos y de personas que me mimaban las tardes tristes. Por lo tanto me voy a limitar a citar muy brevemente dos o tres recuerdos raros.

La primera nevada seria de mi vida consciente ocurrió cuando ya iba al colegio y supongo que fue en el año 1951. Naturalmente hicimos entre todos un enorme muñeco de nieve y lo acabamos destruyendo a base de bolazos que también intercambiábamos entre nosotros. Nunca lo había recordado y ahora lo recuerdo sin entusiasmo alguno pues nunca me ha gustado la nieve ni practicar el esquí.

En cambio este otro recuerdo en el que ahora entro me produce un placer inmediato. Desde que comencé el colegio y terminé la universidad, desayunaba en la cocina de casa todos los días laborables. Y siempre un exquisito chocolate que denominábamos «hecho» queriendo decir que se trataba de una taza de chocolate con leche calentito y no muy denso. A pesar de ello yo siempre solicitaba de Mikaela que le añadiera un poco de «tilinda» que engrasaba aquella mezcla muy anterior al Cola-Cao hacía más sabrosas las tostadas. Por lo que más adelante me contaron yo llamaba «tilinda» a la mantequilla por razones que se me escapan totalmente. Lo interesante es que seguí llamándole así todas las mañanas de los siguientes veinte años o hasta que me fui de la casa paterna. Y nunca he olvidado esa palabra.

Pasaron años y una hermana bastante mayor que yo que ya se las arreglaba con el inglés compró un disco single de un tal Pat Boone que contenía una estrofa que debía decir algo así como esto que aprendí sin saber lo que decía: The mockingbird in the willow tree. Y que creo continuaba diciendo que ese pájaro vigilaba a lo amantes debajo de él; pero de esto no estoy seguro.

Espero poder seguir recordando cosas raras de la infancia o juventud; pero no creo que pueda hacer con ellos nada similar a esta especie de dietario falso de Muñoz Molina quien, con algunos recuerdos más con todos los impactos visuales y auditivos de sus paseos urbanos, ha construido una obra literaria que la editorial llama novela. Como en Madrid la lluvia es casi excepcional, llevo muchos años paseando por las más diversas calles de esta ciudad a fin de cuidarme el corazón y he descubierto el gusto por muchos autores que fueron grandes paseantes y a los que ya he añadido a Muñoz Molina.