Hace ya semanas que el tiempo en Madrid es frío y húmedo. La caída de las hojas de los árboles forma una placa húmeda peligrosa para los de mi edad que insistimos en salir a pasear en cuanto ceja la lluvia por un instante. Un día que por un momento salió un rayito de sol salí a pasear con mi mujer y las gafas de sol puestas. Pasando por una esquina cercana a nuestra casa en la que está posicionado hace años un subsahariano al que mi mujer de limosna a menudo, cosa a la que yo me niego, resbalé y mi cara con las gafas puestas topó con el suelo. Pensé que habría perdido un ojo, pero cuando con la ayuda del subsahariano me levante me dí cuenta que solo tenía dolor facial, pero nada grave. En cualquier caso este incidente me hizo pensar en la inmigración y en la injusticia que yo cometo justificando mi avaricia en base a su organización en mafia.
A partir de ese día saludo al subsahariano con afecto y claro agradecimiento, pero, sobretodo, pienso en lo terrible de una vida en la que no tienes ninguna comida garantizada y no siempre sabes donde vas a dormir ese día determinado. Una vez más volvió a mi mente esa idea de que debería arreglármelas para ir a un lugar de Africa en el que pasen hambre y prepararme para ayudar, aunque no se cómo, y vivir como sea. Trataría de estar siempre disponible para cualquiera que fuera mi tarea allá y no como el correspondiente dentista que, ante mi explicación de lo que había pasado, me dijo simplemente que ya estaba cerrada la consulta.
Me convertí en un jubilado al que seguía no faltándole de nada; pero que desde aquel día vivía en el reino del remordimiento. Decidí compensar mi falta de generosidad ante el dios que fuere, durmiendo al raso al menos dos o tres días. Pero enseguida descubrí que esto no es tan fácil de llevar a cabo y menos en este tiempo de otoño ya tardío en una ciudad más bien fría. Exploré en mis paseos diversos lugares y los restos que allí se dejaban. Hasta que mi cruce continuo en mis paseos me hizo fijar mi mirada en un autobús urbano que decía ser la linea circular y la idea se fue perfilando.
Podría tomarlo, según descubrí, cerca de mi casa y del lugar del resbalón y si tomaba el último seguramente podría descender en una parada muy lejana y utilizar la tejavana de la parada como lugar de recogida. Me pondría ropa de mucho abrigo y utilizaría una de mis mochilas más amplias para complementar el avío con complementos extras, como camisetas, jerseys o trajes de neopreno de mi época de esquiador. Además acabo de descubrir que esa posible parada no está lejos de esos lugares que llaman «punto limpio» y que mi experiencia me dice que suelen estar llenos de cartón y de papel desechado que podría utilizar como mantas. Lo mismo posiblemente si me hiciera con con una parada cercana a uno de esos grandes buzones de reciclaje que te obliga a dejar el cartón fuera del correcto por el tamaño excesivo.
Así hice todo hace unos días y me apresté a pagar mi culpa ya de noche y bien tapado, después de tomar todas mis medicinas incluyendo doble dosis de lo que tomo para conciliar el sueño cada noche en casa. Cuando me desperté ya había amanecido e inmediatamenete pasó lo que creo era el primer viaje de este autobús de la línea circular de este nuevo día. Podría cogerlo, pensé, pero luego lo pensé mejor y decidí caminar hasta mi casa. Nada más comenzar a hacerlo cambié de acera y ese tacón fatídico del zapato (bota en el día de hoy) izquierdo tropezó con el bordillo y volví a derrumbarme sin nadie que me ayudara a levantarme. Esta vez caí sobre la mandíbula y el pómulo derechos y como iba sin gafas no temí por ojo correspondiente. Me levanté solo y decidí caminar hacia la consulta de mi dentista que llegaría seguramente para la hora que yo llegara.