Ayer por la noche, sumido en mi sensación paranoica de persecución, me quedé contemplando las estrellas y las luces de La Escala. El silencio era total hasta que oí voces en el vecino Can Quel y comenzó una partida furtiva de futbolín. El sonido es estrictamente similar al ruido que hace la pelota dura contra el frontis de un buen frontón. Ensimismado en estos recuerdos de frontones creí sentir el olor del mar arastrado por un viento inusual. Y me sentí transportado a mi infancia. Repasé mi vida e hice la lista de las cosas que deseé y a las que renuncio definitivamente: bailar bien el Rock and Roll, un yate de 15 metros y una moto Harley-Davidson. Ya no me sirvirían más que para hacer literatura.