Ayer en El País Sánchez Ron nos deleitaba con una cuarta en la que defendía el fracaso digno como un signo identificativo de la modernidad que pone los medios por encima de los fines. Ser el segundo en algo- desde una carrera de 100 metros a un descubrimiento científico- sería algo digno y encomiable y darle ese valor es algo que debemos hacer pues sirve para resaltar esa ética de los medios mediante la cual sostenemos el que es el mejor camino a la verdad o a la "mente sana en el cuerpo sano". Un ejemplo serían los Principia Mathematica de Russell y Whitehead que con tanta avidez compré yo en Blackwells (Oxford)a los 23 años y que nunca alcanzaron su propósito porque era imposible de alcanzar (Gödel sentenció), pero nos ilustran en la épica del héroe intelectual.
Esto sería lo definitorio de la modernidad, que el profesor Sánchez Ron parece amar más allá de su espíritu científico, y contrastaría con lo que llamaríamos la posmodernidad. Cito:
La posmodernidad ha cambiado esto. En ella, los medios se subordinan a los fines. Parece como si la fe en los medios, en el método, en los procedimientos, hubiese desaparecido. Todos esos políticos de los que hablaba al principio, constituyen un buen ejemplo de semejante espíritu. No importa dar la espalda a la racionalidad discursiva, no enfrentarse a las preguntas inconvenientes, dar la vuelta a los argumentos que ayer se utilizaban. Resistir es la norma. Resistir sea como sea, sin necesidad de mantener alguna coherencia interna. Los fines son el bien supremo, los medios un instrumento maleable y dúctil. Hay que vencer. Solo el ganador es valorado y recordado. El fin justifica los medios.
En mi opinión esta es una manera equivocada de entender el contraste entre modernidad y posmdernidad. Esta última me parece una derivación de la primera que simplemente tiene un espíritu más relativo y que entiende no tanto que "todo vale" sino más bien que es muy difícil estar seguros de que la opinión de alguien debe ser privilegiada sobre la de otros cuando sabemos experimentalmente que todos adolecemos de un sesgo confirmatorio que nos hace traicionarnos a nosotros mismos en la apreciación de las implicaciones de las observaciones.
En estas condiciones me parece imposible juzgar si un segundo puesto -o un primero o un décimo - tiene o no algún valor más allá de las convenciones y traguas alcanzadas en las "guerras culturales".