Hace unos días que conduzco un automóvil de sustitución mientras que en un taller que corresponde a la marca de mi vehículo propio tratan de arreglar un diminuto desarreglo del faro frontal izquierdo. Es en ese coche de sustitución en el que ayer nosotros acarreamos unas ricas piezas de merienda para celebrar el cumpleaños de nuestro hijo mayor con su familia propia y la de su hermana. Los nietos nos alegran muy mucho y por ello acabamos dejando en paz a los jóvenes demasiado tarde al anochecer dispuestos a volver rápidamente a nuestra casa y ponernos al tanto de los resultados de las elecciones andaluzas.
Sin embargo la cosa se puso fea cuando, para nuestra sorpresa este coche de sustitución se negó a arrancar disfrazando el ruido conocido de la batería por un ruidito para mí desconocido. Pedimos ayuda a nuestro hijo que bajó de su piso pero no pudo hacer nada por arrancar el coche aunque le parecía que no era cuestión de batería. Por suerte yo llevaba una tarjeta de la compañía correspondiente que nos envió con prontitud un coche de asistencia a fin de que el personal que lo manejaba tratara de poner en marcha el motor o de llevarse este vehículo al que su conductor llamaba la Base. Intentó ponerlo en marcha pero el ruidito seguía sonando como el de una cerilla húmeda a la que tratamos de encender. Musitó que sería la batería y sacó de su vehículo las pinzas necesarias para reactivarla, pinzas estas que, me retrotrajeron a mi lejana juventud.
Esa vieja solución no funcionó y yo comencé a marcar el número de la compañía propietaria del automóvil sustitutivo mientras que la persona encargada puso primera, quitó el freno y comenzó a empujar el vehículo cuyo motor se puso en marcha con toda facilidad. No podría repetir la explicación que me dio pero no terminé de marcar el número de teléfono y sin pensarlo ni un segundo me acerqué a abrazarle. La razón de semejante arrebato fue, creo entender, que por mi cabeza pasaron velozmente las imágenes de toda esta gente que no tienen techo bajo el que dormir y nada para comer. Piden limosna y supongo que se acercan a esa iglesia que usa el Padre Angel para acoger a esas pobres gentes que, sin su ayuda, o la de otra mucha gente generosa, morirían de frío y de hambre. Durante esa décima de segundo, sentí lo que sería mi noche si el vehículo de asistencia cumpliendo con su misión se llevara nuestro vehículo de sustitución. Los puentes del río de Madrid quedaban muy lejos y el piso del hijo del cumple no tenía espacio para sus padres.
Fue todo muy breve y finalmente pudimos llegar a nuestra casa sin ningún problema adicional y a tiempo para conectar con los diversos canales que todavía se dedicaban a difundir los resultados de las elecciones en Andalucía y los comentarios sobre los mismos por parte de gentes bien informadas. Todos pusieron mucho énfasis en la irrupción de Vox y en la posibilidad que esa irrupción proporcionaba a la formación de un triunvirato de derechas asó como en la imposibilidad de la repetición de la cooperación entre PSOE y Podemos. En los tiempos que vivimos en buena parte del mundo esta noticia parece preocupante y seguramente lo es; pero yo me empeñé en encontrar un rayo de esperanza seguramente empujado por la suerte que tuvimos con el problema de nuestro vehículo. El problema no era lo obvio a donde llevaban los números de los escaños (algo parecido a la batería de un vehículo) sino que lo difícil era, y es, encontrar razones para convencer a Ciudadanos y a Podemos para colaborar entre ellos y con el PSOE para ir construyendo el camino hacia una democracia novedosa por liberal y originalmente global. Una vaga esperanza.