Leo con admiración el post de Bianka sobre su operación de amígdalas al que se refiere David U y la correspondiente deriva hacia una nueva concepción de la producción. Su lectura me ha retrotraído a una infancia semioculta en el subconsciente. Todavía mantengo las amígdalas, pero recuerdo la extracción de mis vegetaciones a una edad de unos 5 o 6 años.
Debía estar yo sufriendo el rechazo definitivo y sin apelación de una madre vasca pues recuerdo la sensación de soledad y aislamiento injusto que me produjo el cese repentino del perpetuo, pensaba yo, frotamiento de dos pieles suaves y calientes bajo la mirada extrañada de mi padre.
En pleno verano esta madre severa me cogio de la mano y tomamos un tren remontando el río hasta la clínica de la empresa de construcción de buques donde trabajaba mi padre. No recuerdo ningún olor de éter, pero parece ser que nunca he olvidado la entrada en una especie de consulta en la que, como cueva de tortura, me introducía mi propia madre me añadiendo la traición al alejamiento.
Se sentó en una silla y a mí me colocaron en sus rodillas para que pudier abrazarme sujetando mis brazos e imposiblitando cualquier movimiento de mi cuerpo. El médico, agente de mi tortura, introdujo un extraño aparato en mi boca yen un golpe certero extirpó esas molestas vegetaciones. Mi madre aflojó el abrazo de Judas y quiso ser cariñosa, pero ya se había roto algo que nunca puede recomponerse, ni siquiera con el suministro generoso de helados de Averasturi, los mejores del mundo, con el que ella quería, pienso ahora, compensar su traición.
No me extraña que desde entonces mantenga yo un odio sarraceno a las jerarquías en la producción, porque las veo como el sometimiento forzado y la traición por parte de quien se disfraza de líder benevolente. Prefiero las pluriarquías o cualquier forma de decisión colectiva. Como Bianka