Llegué de vuelta de Israel ayer viernes por la noche. Y digo bien Israel porque aunque, como dejé ver en mi anuncio de pausa, yo pensaba en Tierra Santa, muchos lugares del Nuevo Testamento, como Nazaret o Belén han quedado sin ser visitados. Mis compañeros de viaje son más bien del Viejo Testamento y ello sin mucho entusiasmo. Ellos están más interesados en el futuro de ese país donde viven unos cuantos millones de miembros de su raza.
Tel-Aviv es una gran ciudad y el famoso Independence Hall es el lugar en el que se declaró la independencia y en donde se ofrece una no muy larga presentación sobre cómo ocurrió la cosa, algo que, por una razón o por otra es algo de lo que los occidentales estamos bastante al tanto. Con total independencia de los muchos rascacielos que se han construido y se siguen construyendo, lo más bonito urbanísticamente hablando es el barrio compuesto por casas Bauhaus cuyo diseño y construcción se debe a arquitectos judíos que emigraron de Alemania al principio de los años 30. El paseo entre las calles de ese barrio me recodó a mis paseos de fin de semana durante los cuales visito lugares madrileños desconocidos por la gente del centro de Madrid y me entretengo pensando en donde me quedaría a vivir. Ya tengo elegidas varias casas independientes en esa ciudad israelí que deben tener un precio desorbitado. Es una pena que ese barrio no esté cerca de la muy larga playa en alguno de cuyos restaurantes cenamos todas las noches.
Y pegando al sur de Tel-Aviv está Jaffa precioso lugar lleno de historia, antiguo puerto de esa tierra, hoy sustituido por el de Haifa, y con una parte vieja (muy vieja) que se conserva bien y que curiosamente me recordó a algunos pueblos catalanes por el material de construcción. Aparte de visitar una Iglesia católica muy antigua, atravesamos un puente en cuyas barandillas están los signos del Zodiaco y cuyo contacto con el tuyo propio te garantiza tu deseo más urgente. No voy a revelar cual era, pero debo decir que se cumplió a los dos días. En este caso los bares del puerto me recordaron no tanto a Cataluña sino a Euskadi.
Pero naturalmente la visita obligatoria es Jerusalem, empezando por la identificación de la nueva embajada de los USA. Pero aquí las visitas están tasadas y la parte vieja es una muestra impresionante de estilos históricos distintos correspondientes a las tres religiones que allí han sido. Me concedieron el Santo Sepulcro y nada más. Pero el turismo lo mata todo y mata las ilusiones con las que uno llega allí. El Muro de las Lamentaciones es tan poco serio que a uno se le quitan las ganas de orar o de tan siquiera reflexionar sobre algo más que serio: es simplemente un lugar más para presumir de haberlo tocado.
Parecerá poco serio, pero lo que acabábamos buscando era siempre el museo moderno correspondiente. Y lo encontrábamos, incluyendo Haifa en donde también estuvimos, disfrutando de su visita, pero simplemente como si estuviéramos en cualquier capital europea. No faltan artistas israelíes, pero la mayoría de las colecciones son donaciones de judíos que acumularon sus colecciones en países occidentales y legaron su colección o parte de ella a alguno de estos museos maravillosamente construidos.
En términos más vulgares lo que más me llamó la atención no fueron tanto los monumentos sino la cantidad de gente armada, con uniforme o sin él, que uno encuentra por la calle, en el autobús o el tren.