A medida que la cara de mi cardiólogo iba tornándose más sonriente, más tranquilo me sentía yo y también menos inclinado a perseguir ese granel que me había acompañado durante años en la esperanza de que de él surgiera algo selecto. La alegría de seguir viviendo me ayudaba a disfrutar de la vida cotidiana y de aquellos amigos que la conformaban.
Respecto a éstos amigos deseo mencionar explícitamente la recuperación sorprendente de unos antiguos alumnos de la Facultad de Económicas de Bilbao con los que ya había establecido un cierto contacto durante mi época de profesor y Decano de ese centro. En el origen de nuestra amistad, se caracterizaban los tres por su gusto por el conocimiento, incluso cuando ese conocimiento pudiera debilitar sus creencias políticas que, en aquel entonces, sostenían su gusto por la posible revolución.
Después de todos estos años me encuentro con que los tres habían continuado estudios en el extranjero, tal como yo les recomendé en su momento, y habían vuelto a España encontrando trabajo docente, o cercano a este, en alguna organización semipolítica. No me extrañó el cambio de cualquiera de ellos incluyendo el de aquel que había entregado sus servicios a una derecha rancia arguyendo que la teoría económica le había abierto los ojos.
No era fácil para mí centrarme en sus perspectivas actuales por lo que enfocábamos nuestras charlas sobre su vida social y familiar que en nada o muy poco se parecían a mis experiencias en esos ámbitos, lo que me hizo reconocer mi envejecimiento, experiencia esta que me impulsó a alimentar estas amistades de manera regular citándonos a comer en restaurantes poco sofisticados de forma que el procurar hacerme cargo de las cuentas correspondientes no era pretencioso por mi parte y les permitía a ellos sentirse cómodos cuando, según decían, les tocaba a ellos hacerse cargo del gasto.
Yo aprovechaba estas reuniones para comer un poco más de lo permitido para un recién infartado, pues lo normal era concedernos raciones de cosas como las hamburguesas como plato principal y en mi caso, no desdeñar un buen postre y pasarme un poco con el vino, al que no estábamos dispuestos dispuestos a renunciar.
Estas reuniones fueron espaciándose y, en su momento, dejaron de celebrarse. Pero yo las recuerdo con mucho cariño y con un enorme agradecimiento pues me hicieron revivir. Mi pasado bilbaino me fue útil en esto también.