Hasta este momento, mi vida personal así como la vida que vivíamos en la familia, no eran, ni la una ni la otra, nada heroicas, pero respondían todavía a una cierta sentida obligación de colaborar con los menos afortunados en la conformación de un mundo igualitario y justo, incluido mi periodo bancario. Es después del infarto que nuestra vida social torna hacia el aburguesamiento... responsable.
Los amigos lejanos a mis actividades académicas se convirtieron en contactos mucho más cercanos y, quizá por una cierta cuestión de edad, en compañeros de un ocio agradable sin ser especialmente lujoso y, más bien, cercano al disfrute del arte en general, siempre en el centro de nuestras conversaciones a menudo relacionadas con comidas o cenas posteriores al disfrute de uno u otro arte.
Sin duda una FUE ya menos innovadora representaba bien esa nueva vida al transformarse en una interesante tertulia a partir de pasar sus fondos todavía restantes a MOVE, con sede en Barcelona y de la que me convertí también en miembro de su consejo directivo, cuyas reuniones completaban mis actividades catalanas junto a la reunión del Consejo Editorial de Expansión en Cataluña (que me permitió entrar en contacto con personalidades interesantes en todos los sentidos imaginables) y mis frecuentes estancias en nuestra casa de Foixà, no lejos de las casas de veraneo de viejas y nuevas amistades en esa región ampurdanesa de belleza insuperable y que reúne la tierra y el mar en una combinación difícilmente mejorable pues tanto la Costa Brava como la comida local lo son cada una por su parte.
Este aburguesamiento tenía un aspecto intelectual que lo redimía, al menos en parte, pues no pocos aspectos intelectuales eran empujados y extendidos a finalidades socialmente relevantes a través de fundaciones y otras instituciones que me abrieron sus puertas a fin de que les ayudara a dibujar bien su naturaleza y finalidades y a recabar fondos para satisfacer estas últimas. Además de las ya citadas, un tanto demasiado específicas, aquí cabría citar a las muy conocidas Fundación Transición, Everis, Areces, o Rafael del Pino.
Quizá por el contacto con algunas personas exquisitas nos fuimos familiarizando con restaurantes muy cuidados, algunos de los cuales conocíamos ya de mi época bancaria y que ahora teníamos que pagar de nuestro bolsillo y cuyo disfrute nos podíamos permitir solos o en compañía de amigos ricos. Ni a mi mujer ni a mí nos entusiasmaba la calidad de la restauración ni el roce con los muy ricos; pero en nuestros respectivos domicilios familiares en Bilbao se prestaba mucha atención a la calidad de la excelencia de la comida y a la forma de consumirla lentamente y con una conversación que la lentitud hacía posible y que jamás se refería a la comida en sí... ni para alabarla.
Mis intereses académicos se fueron restringiendo a las reuniones de los veranos de la FUE que esta seguía financiando y a las que nunca dejaba de asistir, a veces con mi mujer y con otros amigos más o menos interesados en la materia correspondiente. Recuerdo con especial simpatía los cursos de verano de París, de Grecia, de Marsella, de Roma y de Venecia. Siempre se trataba de temas especiales y que, en pricipio, permitían la atracción de científicos o similares pero siempre con ganas de ser escuchados.
A medida que mi interés técnico en una u otra materia disminuía año tras año, se incrementaban las sesiones en las que yo desaparecía, generalmente a la hora local del almuerzo, prescindiendo de la disponible para todos los participantes y dirigiéndome hacia cualquiera de los restaurantes locales recomendados por mi amigos superburgueses y de los que tengo un recuerdo imborrable.
En París por ejemplo disfruté, como si fuera un entendido, de lugares como La Tour D'Argent o el que se encuentra en la Place des Vosges, además de muchos otros menos llamativos pero llenos de ese encanto que descubrí en aquellos restaurantes de Madrid en los que comenzó mi aburguesamiento aconsejado por personas mucho más mayores que yo: Zalakain, Horcher u otros similares. Ese encanto se fue perdiendo en mi memoria gástrica a medida de que las condiciones económicas iban dejando de ser tan optimistas como lo habían sido hasta el momento.