Un ingrediente fundamental de la Crítica (así con mayúscula, muy a lo Francfurt) es el desviacionismo o resbalón. Somos críticos si resbalamos desde la economía hacia la tragedia de D. Guillermo S.; si nos desviamos de la literatura y tomamos la vía filosófica; si nos pasamos de la mente al cerebro; si miramos al amor como un problema neuronal; si entendemos la ciencia como mera narración, si aplicamos mecánica cuántica ala comprensión de las finanzas o biología a la emergencia de instituciones ; si miramos a la heterosexualidad desde la perspectiva de la homosexualidad de los cowboys; si entendemos el cajón flamenco como una herencia de la cultura maya o si , como último ejemplo, queremos entender a Benjamin como una mera fuente de citas para componer música dodecafónica. Todos estos son ejemplos de la mirada transversal, otra manera de denominar a la mirada crítica.
Pues bien , ese ingrediente está en dos películas que he visto últimamente y que me remiten sin remedio ni escape posible a Teorema de Pasolini con ese cristo aparecido de la nada y devanecido finalmente como humo sobre tierra quemada. Se basta para desequilibrar un familia de la burguesía rica italiana de los años cincuenta cuando todavía la lucha de clases era una categoría analítica respetable. Esas dos películas a las que me refiero son Tamara Drewe y Chloe, dos mujeres jóvenes que, con o sin apellido, juegan el papel de ángeles de la muerte de algo que no sabemos si merece desaparecer o debe subsistir, aunque no pueda seguir como estaba.
La residencia campestre para escritores que quieren permanecer fuera del mundanal ruido es convertida en un lugar de recelos y atracciones confusas en cuanto vuelve por allí la Tamara del título que llega de un mundo otro y que solo encuentra la confusión de un mundo enterrado en donde las dos adolescentes pueden acabar con el precario orden existente. Las tres figuras femeninas, pintadas como caracteres de comic con toda su carga de superficialidad, constituyen un cristo de banda animada.
La santa familia de la segunda película, remake de otra anterior, nos muestra a una Chloe sabedora del papel fundamental de una prostituta de lujo que desaparece sin dejar rastro después e su trabajo liberador, menos, claro, cuando su papel es el de reordenar un mundo desvencijado bajo el tedio de una vida razonablemente turbia. Ella misma es como un cristo que entrega su vida por amor y que así consigue mantener el que une, a pesar de todo, a la sagrada familia que celebra sus exequias como si fueran propias.
Pequeñas desviaciones o resbalones que nos descubren el lado oscuro de la razonable vida que llevamos o creemos llevar en estos tiempos, como todos por otro lado, de cierta confusión. Y en tiempos así, es decir en todo momento, esos resbalones o desviacionismos nos puede llevar con suerte a la disidencia, es decir a no estar de acuerdo con casi nada de lo que parece constituye la urdimbre de nuestra vida cotidiana por no hablar de las instituciones de ese bosque en el que creemos escapar de las tensiones deformadoras de nuestra constitución interna. Es esta disidencia fundamental para sentirnos vivir con vida propia y no tomada prestada el repertorio oficial de modelos de vida.
Podríamos pensar que saco consecuencias inapropiadas del esfuerzo de Frears y de Egoyan por poner al día la idea axiomática de Pasolini que, en cualquier caso era ya vieja y bien sabida pues sabemos que, cualquiera es un ángel de la muerte e incluso un ángel exterminador siempre que se convierta en intruso inesperado y rompa un equilibrio que, en cualquier caso, es siempre precario y tiene otro por debajo que no siempre es comparable o mejor que el anterior. En este sentido estas dos películas, elaboradas a partir de otras creaciones como los poemas hechos de citas ajenas, son como una metáfora oportuna del papel de los denominados "mercados", responsables de los ciclos económicos y de las crisis. Aparecen éstas en el más oportuno de los momentos, cuando todo parecía ir bien, y todo lo revuelven para que al final estemos peor o mejor, vaya usted a saber
Es esta última duda la que no podemos disipar porque realmente no sabemos lo que queremos. Y es quizá por esta razón, porque hemos renunciado a ser dueños de nuestro destino, que uno saluda con cierto entusiasmo a ese ángel de la transparencia que es el Assange de Wikileaks, el responsable de las fugas de lo secreto, de las purgas del sistema que acabarán por sostenerlo en una versión más refinada. Pero ahí estará algún zombi para volver a recordarnos que no nos merecemos ser seres libres.