Llegar a un acuerdo con mi mujer respecto a mi estancia en casa y a mis noches experimentales no fue tarea fácil. Ella recordaba mi vieja propuesta de pasar un mes al año pasando cada noche en un hotel de buena calidad distinto en el que, además de dormir, pasásemos el día en él desayunando, almorzando y cenando, desplazándonos al siguiente hotel de nuestra lista a media mañana. Y nunca le pareció muy apetecible por lo que no es de extrañar que la nueva propuesta le diera unas enormes ganas de llorar.
Mi intención era seguir durmiendo en paradas de autobús dentro de una especie de ataúd de cartón, vestido con una ropa como de esquimal que guardaba en la mochila cuando muy de mañana resucitaba y me disfrazaba de mísero ciudadano. Y, como hasta ahora, pasar la noche del domingo en nuestra casa, después de haber cenado con un enorme apetito. Pero esta intención mía no era aceptable para mi mujer. Sin embargo después de bastante tiempo aceptó otro plan que a mi me parecía peor para ella.
Después de bastante tiempo experimentando diferentes lugares para dormir sin morir de frío me di cuenta de que me estaba desplazando hacia una zona vieja y fea de la ciudad pero en la que la parada de autobús estaba muy cerca de un hostal en el que entraban y salía muchos turistas que eran bastantes generosos con sus limosnas, probablemente por miedo a lo que aquel menesteroso podría hacerles. Poco a poco me hice con la confianza de los pocos empleados del hostal y acabé trabajando todo el día de empleado de ese hostal barato como inesperado especialista en recomendar lugares interesantes y restaurantes baratos además de indicar el medio de transporte más adecuado para el plan que quisieran llevar a cabo. Lo que me pagan equivale a dejarnos dormir a mi mujer y a mí en el hostal una o dos noches a la semana y a mí cualquier noche adicional especialmente fría en cuyo caso podría ocupar esa noche una especie de tienda de campaña que hay en el garaje del hostal.
Las limosnas que recibo las entrego al hostal y eso me permite almorzar en el comedor del hostal vestido como un caballero. Además este hostal posee una pequeña, pero bien elegida biblioteca que, si bien está a disposición de los huéspedes, me es permitido usar o, mejor dicho, nos es permitido, a mi mujer y a mí, examinar con cuidado contribuyendo a satisfacer el gusto literario de los huéspedes.