Hace más de 50 años fui arrastrado por buenos amigos a una reunión de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) que se celebraba en Pamplona durante dos o tres días y que presidía y conducía un encendido revolucionario, quien con su entusiasmo y facilidad de palabra nos invitaba a todos a hacer la revolución social. Todavía recuerdo el descreído calor con el que me dejé conducir por un amigo que ya tenía carnet y que contrastaba con el entusiasmo cuasi incontrolable con el que mis compañeros accedían a ese acontecimiento en un momento crucial de nuestra vidas coincidente con la caída, todavía lenta, del régimen franquista.
Mi frialdad revolucionaria se animó no poco cuando, todos juntos, aprendimos a cantar un himno que nunca olvidaré:
En marcha hermanos al combate se acerca la revolución en marcha sin que nadie trate de ser cobarde o ser traidor.
En marcha vamos con la verdad con alegría y decisión dispuesta y decidida la hermandad a dar su corazón.
La comunidad de objetivos y su naturaleza social me emocionaban bastante; pero no lo suficiente como para integrarme en la hermandad arguyendo que mi responsabilidad social del momento estaba en los estudios que yo debía asumir con total dedicación, la misma excusa que unos años antes había esgrimido frente a la invitación sesgada por parte de los jesuitas de mi colegio para acudir a las chabolas de una zona pobre de Bilbao para ayudar en su mejora. Siempre encontré una disculpa similar y eso explica que mis actividades siempre me sirvieron de disculpa para evitar lo que no eran sino coartadas para no caer en la persecución de lo absoluto, al tiempo que disfrazaba como tal muchas vidas nada sacrificadas que incluso podía llegar a creer que ayudaban a una cierta revolución.
Ciertamente mi capacidad de disfrazarme era grande y durante años creí que mis enseñanzas académicas, el diseño de instituciones, el desarrollo de la ciencia y el periodismo económicos así como la generosidad envuelta en una Fundación podrían tener algo de revolucionario. Pero esos años ya han pasado y mi mala salud me confronta con la verdadera revolución aunque no en el sentido exacto que recomendaba la HOAC. Sí, me gustaría ser recordado por la llamada a la revolución. Pero ¿qué revolución?
Muchas actividades llamadas revolucionarias me parecen meritorias de mi apoyo, pero regalárselo no satisfaría mi ambición. Lo que ahora me exijo, o pretendo llegar a hacer, es ser un verdadero autor creador de algo realmente revolucionario. «En marcha vamos con la verdad con alegría y decisión». Y para que eso sea cierto se me antoja necesaria la expresión continua de mis verdades sin que sean aceptables mis cuidadosas reflexiones siempre dirigidas a no molestar a fin de ser alguien.