Viajando desde Madrid hacia Bilbao para pasar el primer puente de mayo y festejar el verdadero dos de mayo, paramos, como casi siempre, en Landa, el único sitio del trayecto en el que sé utilizar el cuarto de baño sin perder la dignidad. Aparcamos a la sombra, pues hacía mucho calor, y a través de la plaza del Templete entramos en el establecimiento de la única forma posible que te enfrenta inmediatamente con la barra de su magnífico bar.
Allí estaba con una pierna en el escalón de la barra el culo más atractivo que recuerdo resaltado por unos leggings apretados. A la izquierda de este tesoro estaba el enorme bolso de su propietaria, que lindaba ya con la máquina registradora, y a su derecha quedaba como un espacio reducido como para una persona; o para persona y media, cuando la familia, que ocupaba el resto de la barra, hizo un movimiento amable para dejarnos sitio suficiente ante la impasibilidad del culo que, con solo haber retirado el bolso para depositarlo en el escalón mencionado, hubiera permitido nuestra ubicación cómoda.
No tuvimos más remedio que sentarnos en una mesa para hacer una frugal merienda mientras comentábamos la falta de fraternidad mostrada por ese culo. Salvando las distancias, fue como si alguien hubiera reservado doble asiento en el último tren a Auschwitz: una insoportable falta de fraternidad. Pensé, para entretener la espera, que ésta podía haber sido mucho más breve si el culo hubiese mostrado un poco de esa fraternidad que nos distingue a los humanos de las cucarachas. Para cuando finalmente el personal que atiende las mesas llegó con nuestro pedido, la familia amable había ya abandonado el local y a la derecha de esta mujer aparentemente ensimismada en la lectura de un periódico, quedaba un espacio generoso.
Sin pensarlo demasiado y antes de que otros viajeros necesitados de un descansito rápido y de un café lo ocuparan, me levante y me puse al lado del culo y me apreté contra él sin ninguna necesidad, pues la parte derecha de la barra seguía vacía. Ella cambió de pierna de apoyo y eso fue todo. No se dio por enterada del contenido de la lección de fraternidad y yo pedí un simple vaso de agua. En cuanto me lo sirvieron volví a nuestra mesa sin bebérmelo y musité a mi mujer:
Ha vencido el culo sobre la fraternidad
mientras me miraba con conmiseración y no poca ironía.