Hoy, en el discurso del Rector en la apertura de curso de la Universidad Carlos III, el discurso del rector con el quese cierra el acto, hablaba de docencia y de investigación, de liderazgo y de innovación con unos datos, por cierto, bastante apabullantes. Pero me ha llamado la atención que se refiriera a la excelencia de la investigación y solo a la calidad de la enseñanza. ¿Qué tiene la investigación que se merece un adjetivo mucho más generoso que la docencia? Y, puestos a preguntar ¿por qué el liderazgo es algo admirable y la innovación imprescindible para estar entre las instituciones-de cualquier tipo-que cuentan?
No es que no crea en la excelencia como algo por encima de lo bueno, no es que el liderazgo me recuerde denasiado al Fürher y, desde luego, no niego que la innovación sea algo básico para la sostenibilidad de un negocio o de cualquier empresa hmmana que pretenda perdurar, pero las tres palabras me empiezan a caer mal. ¿Por qué estos tres sustantivos han empezado a removerme las tripas? Los entiendo y los degusto con placer cuando son utilizados como el Rector los ha utilizado hoy, pero me parece que empiezo a aborrecerlos como aborrezco muchas otras expresiones. Por su repetición estomagante por parte de los que se creen enterados o pretenden hacernos creer que lo están.
Utilizar la excelencia como etiqueta para agrupar a los trabajos científcos más citados o denominar excelentes a los investigadores que está en el 5% de los más citados me parece una convención útil y un criterio para asignar recursos que no puede mejorarse facilmente. Pero introduce una separación infranqueable que, por un lado, genera resentimiento y, por otro lado, propicia o puede propiciar la dependencia del recorrido, una característica bien conocida que retarda las ideas rompedoras.
No diré nada del liderazgo pues ya lo he criticado en múltiples ocasiones y creo que no es necesario para casi nada a diferencia del entusiasmo o incluso de la terquedad o del empuje, expresiones mucho menos pretenciosas que tienen la virtud de que evitan la tentación de ser arrastrados por "falsos profetas".
Y ¿qué decir a estas alturas de innovación? Que ya no es innovador hablar de innovación en cualquiera de sus acepciones. Basta con saber que la competencia, de la que todo el mundo huye,exige la innovación y sería conveniente reflexionar sobre la posibilidad de que la palabra innovación se convierta en una expresión vacía que solo sirve para ocultar la inanidad de un cambio rutinario, algo snob de lo que algunos difrutaríamos pero que no nos atreveríamos a predicar sin más.
Perdonen esta expansión totalmente injustificada e irresponsable, pero es que ya no tengo responsabilidades, no tengo que disfrazarme de excelente, puedo huir de dirigir nada en el caso improbable de que me lo pidieran y, desde que comenzó la crisis, no innovo ni en el color de los calcetines. Creo sinceramente que esos palabros deberían ser usados con respeto y prudencia para que perseveren en su significado restringido que resulta ser mucho más humano, fraternal y sincero que el que se va imponiendo y que empieza a oler como una conspiración entre "clanes mafiosos" solo interesados en el negocio de la "familia".