La serie Pequeñeces que he empezado a crear contando historietitas de mi vida infantil y juvenil no me parece adecuada para dejar constancia de ideas raras que me pasan por la cabeza en mi vida diaria actual y que se evaporarán a no ser que deje constancia de ellas. Para este fin voy a comenzar otra serie que titularé Menudencias. A continuación transcribo la primera.
Me había tratado muy bien como peluquera en un mediodía caluroso en el que yo había decidido cortarme el pelo a fin de ponerme un poco a la moda. Me había puesto al día de todos los detalles que un usuario puede desear conocer, no tanto en sí mismos sino como forma de pasar el rato. Realmente fue muy agradable y, a menudo, intercambiamos miradas a través del espejo, especialmente cuando me enseñaba instrumentos totalmente desconocidos para mi y me explicaba sus funcionalidades.
Terminó el buen rato demasiado rápidamente, a pesar de mi interés en que me explicara la nueva moda del corte masculino con las sienes casi afeitadas, y ella me acompañó hasta la puerta de entrada. Le pregunté, en un tono amable si debería pagar y me contestó que sería muy de agradecer.
Permanecía yo delante del mostrador con el dinero en la mano mientras ella rellenaba los espacios en los que hacía constar los cuidados con los que me había premiado, cuando ella posó sus ojos en mí y, en un tono muy suave, me preguntó casi en silencio: ¿Quieres que nos veamos?
Quedé pasmado y balbuceé:
Querer sí quiero, pero no puedo: he perdido la vista.