En mis paseos alrededor de nuestra casa durante la pandemia, con los que pretendía conjugar la exigencia médica de caminar con la imprudencia de no usar mascarilla, encontraba varias veces al día dos manchas de chicle pegadas al suelo con la forma de dos figuras claras, la de un zapato de tacón alto muy sexy y, subiendo por las escaleras del jardín a la casa, una imagen de un hoja de afeitar de aquellas antiguas que llamábamos gillets aparentemente nada sexy; pero que complementaba al zapato en un recuerdo de figuras o actividades rutinarias que conjuntamente resultaban sexualmente muy atractivas.