Un cuento, Venganza

Publicado el 26/09/2010

Me cuenta, después de varios vinos, que ha tenido que pasar el tiempo pero que ya tiene claro que las nuevas amistades y complicidades están variando por razones falsas disfrazadas de verdaderas o al revés. Estima más y más cada día a aquellos que creyeron en él y se lo dijeron en su momento. No crece tanto su estima por aquellos otros, no tan pocos, que simplemente se callaron y está cultivando su resentimiento - me confiesa muy bajito- contra aquellos, que los hubo, que no creyeron en él y lo dejaron traslucir aunque tuvieran el buen gusto de callarse. Y odia con total franqueza a aquellos pocos que explicitaron su envidiosa certeza presciente acerca de su, de él, evidente, para ellos, codicia y doblez.

Su venganza, prosigue relatando con un tono monocorde como de oración, comienza con la denuncia de aquellos a los que odia (o contra los que siente rencor) ante el inapelable tribunal que él mismo constituye y continúa con el compromiso firme de no ser débil ante la tentación del perdón. Nadie es él para perdonar, asevera. Lo único que puede hacer es usar su intelegencia, todavía viva (de ello doy fe) para denunciar su mezquindad y sus escasas dotes perceptivas así como su moral torticera (expresión literal).

Pero todo ello desde la astucia y el dismulo. Es decir, que no es que no quiera que la providencia les castigue aunque sea por razones equivocadas. No sé si creerle, pero se regocija en ello y le da igual que les atropelle un coche o que se despeñen por un acantilado o que la gota les haga la vida imposible. Ni siquiera desea ser él mismo el agente de su venganza.

Pero, termina, "no se me tiene que notar pues ello disminuiría mi placer". Es esta última frase la que me hace dudar de la veracidad de estas cofesiones que, desde luego, preferiría no haber oído.