Desde finales de marzo no he tenido moral para escribir pues mi espíritu era prisionero de una extraña sensación de que todo se terminaría enseguida. El llamado mal de Paget continuaba cebándose en mí manteniendo el dolor que me proporcionaba a pesar del tratamiento del fisio y de las muchas píldoras antidolor con las que me premiaba. Todo ello hasta que este dolor se vio reforzado por lo que luego resultó ser una piedra y arenillas en el riñón imposibles de expulsar y de lo que tuve de ser operado con anestesia total y en dos etapas. Primero la expulsión forzada a través de un catéter ad hoc y, posteriormente, la retirada de ese catéter.
Cuando mi cuerpo pareció agradecer la intervención llegaron las vacaciones de la Semana Santa y casi toda la familia nos trasladamos a ese maravilloso lugar del Baix Empordá en el que yo me siento muy feliz contemplando un paisaje maravilloso mezcla del color verde, casi irlandés, de la hierba propia del momento del cereal a punto de brotar y de un amarillo propio de nacientes flores de las que saldrá el aceite de colza. Intenté tomar apuntes sobre los sentimientos que me generaba este entorno; pero hijos y nietos exigían una atención de esas que ya no estoy acostumbrado a prestar y cuyo retorno exigía toda mi atención.
La vuelta a casa me ha exigido la vuelta a la clínica correspondiente a efectos de continuar con el tratamiento de esa enfermedad rara y que espero acabe pronto; pero, mientras este final feliz, quizá esté a punto de llegar, voy a tratar de redondear algunos de los apuntes que redacté a pesar de la falta de tiempo: El Invierno Tardío (23 de Marzo), Mi Extraordinaria Vivienda Final (28 de Marzo) y, de momento, Caminar (7 de Abril).