Las Navidades pasadas fueron demasiado largas y justificadas como tales por la edad de la generación anterior a la mía y que necesitan mucho amor y cuidado.
A mediados de enero volvimos a Madrid en donde nuestra casa me recibió como si yo no la conociera de modo que escribí dos notitas testigos de mi extrañamiento.
La primera se llama Consejos e Intimidad y reza de la siguiente forma.
Recuerdo la primera vez. Fue cuando, esperando a la llegada del masajista, tuve que ir al baño y decidí sentarme en la taza; pero asegurándome, eso sí, de que nadie me encontrara en faena. Cerré pues el cerrojo de mi habitación para evitar sorpresas. No eran de esperar pero deseaba por encima de todo estar protegido contra cualquier intromisión. Pero esta práctica se fue generalizando hasta el punto de que hoy mi casa se ha convertido en una colección de habitáculos independientes uno de otro cualquiera.
La segunda notita refleja también la vuelta a casa y la titulé como Desde mi cama porque muestra lo que pude vislumbrar un día que me desperté tarde cuando ya iluminaba el sol una cómoda en frente de mi cama y en la que, entre otras muchas fotos,lucía una mía de casi recién nacido y envuelto en pañales.
Con la puerta de la habitación abierta yo podía ver desde mi cama otro par de cuadros: uno dentro, otro fuera. El primero de Arroyo con la mitad en un Central Park medio vivo y medio muerto con caritas de ardilla en relieve. El segundo era un cuadro de Villanueva. Pero como también estaba abierta la puerta que comunica la habitación con el vestidor también podía ver otras dos bonitas pinturas. Una estrecha y alargada de un pintor gallego y, ya dentro del vestidor, otra pequeña, pero también alargada de un malecón de mar en Cádiz.
Al poco tiempo de esta llegada a Madrid caí enfermo y dejé de escribir encerrado y diagnosticado de vértigo. El tiempo fue bueno bastante a menudo de manera que pude observar el exterior de mi habitación. Dos árboles llamaron hace poco mi atención. Uno, recién podado por nuestro vecino, que muestra unas ramas como penes recién circuncidados y otro, no podado, con todas sus ramitas inútiles flotando hacia el cielo.