…decía yo a mi incrédula mujer a poco de despertar hace dos horas después de un sueño que, por fin , logré conciliar tras acostarme a las diez de la mañana todavía excitado por la extraña noche de plenilunio que ahora contaré y mientras tomaba un escueto desayuno pues tengo el estómago cerrado porque mi mujer no cree que el sol se puso por el mar enfrentado éste desde el cap de creus, cosa comprensible, pero que me hace sudar antes de contarle lo que es, de hecho, más incomprensible pues una anomalía geodésica puede darse, pero lo que resultó anoche la peregrinación hacia mi definitivo corte de mangas es del todo increíble al menos que uno estuviera allí como lo estábamos amancio y yo, ambos con el cuerpo bruñido y depilado ciñéndonos el honor con un bañador turbo de color rosa, palo en mi caso aunque con una pequeña gota de sangre del ruiseñor herido por un gavilán que le continuaba persiguiendo hasta que Antonio Molina acabó ayer tarde con él y de lo que me enteré cuando, aunque ya empiecen a dudar de estabilidad mental, no tengo más remedio que contar, me topé a medio camino del monasterio de San Pere de Roda con el propio cantaor luciendo un turbo rosa que realzaba su sexta edad juvenil y que agilizaba sus movimientos en dirección hacia esa cruz de cabo en procesión a comenzar en el monasterio en cuanto allí llegaran los peregrinos que, nunca lo hubiera soñado, han prometido acercarse, me cuenta amancio, desde los cuatro puntos cardinales, desde Olot con Lars von Triar al frente todavía en busca de un anticristo que, como él, haga compatibles la fibra y la grasa, o desde el Port de la Selva movilizado el pueblo por Glauber Rocha que ha creído ver la posiblemente final oportunidad que en esta tierra de sol se juegue hoy la partida definitiva entre un dios que todo lo ve y que demuestra su naturaleza por esa falta de compasión resultante de dar sentido a todo y el diablo, sin rasurar pero, al igual que su creador, con bañador rosa palo como el mío aunque sin gota de sangre y con las huellas dactilares quemadas para traspasar fronteras sin humillación, o por un tercer camino largo y angosto desde Cadaqués con Stiglitz todavía incrédulo y que comenzó con un pantaloncillo corto que remarcaba unas pantorrillas potentes del que tiene que ser intelectual a fuer de experto o, como ese anciano que nadie conoce pero que yo sé que viene desde el Baix Émpordà, de la Bisbal más concretamente y que, a pesar de que desea por encima de todo preservar su incognito, luce sobre sus carnes magras de profesor de literatura sudafricano en Australia un bañador no tan ceñido pero de un tono solo discernible por quien conoce el serengueti, color que contrasta con los arúspices de Herr Kan, unos sonrientes pues se malician el resultado de esta peregrinación y otros con los labios apretados por el deseo ferviente de tener todavía la oportunidad de conseguir lo que trataban de forzar a mi costa y que todavía creen en el poder taumatúrgico de esos bañadores de neopreno y que son como una mosca en la leche de esa marea humana morena y rosa que se acerca, ya a media tarde, al monasterio y que asusta hasta la huída a los pobres turistas italianos que se acercaban a conocer el origen de su impostada ventaja en semiótica que pronto va acabar, cuando ya todos juntos vayamos trepando, muchos a cuatro patas al montículo desde el que descenderemos en un par de horas hasta el cap de creus frente a ese mar todavía turquesa que remite al turco cruel que me ha enseñado, como a Dantès, el refinamiento de la venganza, como al Corsario Negro la crueldad del despecho y como a el zorro el gustazo de matar por el honor del nombre del padre, venganza, crueldad y honor que anidan y comienzan a enraizar en mi pecho a medida que me adelanto unos metros a esta comitiva penitente que, con Stiglitz ya entregado al rosa, inicia en alta voz un rosario de agravios que les carcomen el alma y que, con su ritmo de música para derviches giróvagos, hacen presa en lo más profundo de mi estómago en donde se han acumulado durante años las amarguras de la impostura del que no quiere esforzarse, no tanto por no mostrar la fealdad del sudor impotente sino, sobre todo, por no delatar sus carencias a a las que a medida que la luz cae comienzo a amar locamente y de las que, contrariamente a la decisión que me llevó a Herr Kan para consultar con los podencos, ya no me atrevo a tomar por tales habiendo comprendido con la intensidad de la luz del amanecer que lejos de representar puntos vulnerables de mi armadura son, en realidad, los puntos fuertes de mi desnudez que es la que parece conducir a todos estos peregrinos que incrédulos ven, finalmente y totalmente incrédulos, el simultáneo despertar de una luna plenamente llena y la incomprensible evasión del sol de su ley y de su costumbre al acostarse por el mar mirando hacia Estanbul, señal inequívoca de que por fin he encontrado, en este comienzo de quinta vida la clave de quien soy, ese sujeto que, de acuerdo con la reflexión que ocupó las horas siguientes e silencio frente al mar, solo ahora va a saber hacer del bañador turbo rosa su seña de identidad y clave última de su individualidad que solo podrá hincharse proteica en la continuación sin fin de esta narración que prolonga hacia el infinito aquel fragmento de "noches de amor en Porciúncula" que duerme entre las paginas de A Trancas y Barrancas y que acaba de resucitar como único bagaje que llevaré conmigo cuando por fin tome ese barco que, entre su carga cargue con el viejo timbal que su abuelo de ella protegió de la barbarie y sobre el que murió cuando mi hembra mestiza de negra y escocesa, la que vio las luces de la ciudad allí abajo desde el observatorio astronómico me hizo el amor, dirigió su primer concierto y que hoy me oculta dentro de él a mí y me exime de la últimas dificultades para, sin huellas dactilares, alcanzar mi refugio en la Avenida Madison con la calle 85…