Eran ya las dos de la madrugada cuando me acerqué a Herr Kan escuetamente cubierto, o quizá reveladoramente expuesto, por mi bañador turbo rosa. Parecía de día por la luz de la luna a solo dos días del plenilunio y por el calor ambiental a pesar de la hora. Los dos grandes pastores alemanes, pisitófilo y creditófago, fueron incapaces de mirame de frente y cada uno rascaba el grijo con su pata derecha como abriéndome un camino que seguí sin reticencias en parte, supongo, por la comida y bebida recién ingeridas.
Llegué como en volandas a la jaula principal y alli topé con Marlene revestida como sacerdotisa del dios Ra con su frágil corona puntiaguda apuntando a un horizonte idefinido y con tres podencos de orejas extremadamente enhiestas. Cada uno de ellos se revestía con cierta dignidad de un pañal, imitación burda de mi bañador de neopreno con los mismos colores azul y negro que le permitía reposar sus cuartos traseros sobre una especie de alfombra que lucía rasposa. Me sentí en el banquillo, tomé asiento sobre una esterilla con la mayor dignidad que uno puede impostar a esa hora y de esa guisa en una perrera gerenciada por un ama S&M como Marlene.
Era un juicio en toda regla y Marlene anunció que cada uno de lo podencos hablaría por turno y que, después de cada cual, yo tenía opción de replicar.
Habló primero el arúspice del PP en castellano podenquil y fue breve. Se trataba de hacerme ver que con bañador de neopreno que exhibe sus colores yo debería seguir el camino del que fue su jefe (y sigue siendo su conductor espiritual) y ejercitar los abdominales hasta que mi no despreciable (y aquí hizo una concesión que agardecí) capacidad mental pudiera ser apoyada en una fortaleza física bien visible. Acepté sin reticencia que desde Nietzsche y Mishima sé de la enorme potecialidad de la gimnasia y la higiene en la inteligencia, pero que yo veía la cuestión de una manera más holística, que mi deseo de musculatura va dirigido a todos los rincones y recovecos del cuerpo incluyendo algunos que ellos, a pesar de su origen romántico, estaban descuidando más allá de lo aceptable por mí. Si no soy capaz de desarrollar mis músculos internos en la cavidad estomacal-dije-prefiero no presumir de biceps.
A continuación tomó la palabra el representante de Las Indias Electrónicas y, aunque quería disfrazar su identidad, no me fue difícil reconocer al personaje por el acento que utiliza al hablar en esperanto. Desgranó una vez más el argumento en favor de lo táctil contra lo visionario. Comparto con los indianos la primacía de lo táctil. Quizá no lo entienden ellos así y es quizá por eso que la cabeza de cerdo pudiera venir de ellos. Pero, en mi turno de réplica dejé claro que ya no creo en el impulso de lo intelectual que fracasa continuamente en su intento desesparado de encontrar un argumento que no resulte indecidible y que, en mi búsqueda del equilibrio en la musculatura intectual, me limito a enfrentar problemas solubles en el bien entendido de que aunque esas soluciones amplían enormemente al abanico de la problematicidad es pensabale que cada vez conozcamos un porcenaje mayor de lo que hay por descubrir aun sabiendo que esa medida es variable pues depende de la propia estrategia de investigación. No, no son ellos los que me regalaron secretamente el bañador que desencadnó mi paranoia.
Solo le faltaba hablar al podenco de Expansión y mi expectación era enorme pues no puedo llegar a entender qué rayos pueden querer de mí estos editores especializados a los que he servido en el pasado con profesionalidad aunque es posible que sin devoción suficiente. Su exposición, en catalán, fue prolífica pero, en resumen, lo que yo entendí fue que Expansión querría de mí unos artículos de experto; seguramente de experto financiero que les aportara una visión del porqué de la volátil demanda de bonos corporativos, de las extrañas resistencias de la Bolsa y de la nueva regulación bancaria. Para que no hubiera malentendidos repliqué con intención y precisión que, aunque quiero ser un experto, sigo siendo un intelectual (a no confundir con académico) que pretende no dejar cabos sueltos y aspira a cierta imposible universalidad, a dar cuenta de todo.
La sacerdotisa Marlene hizo un gesto autoritario que indicaba el paso de la fase declaratoria a la exposición de conclusiones en forma de predicciones de cada uno de los arúspices podencos y dirigidas a hacerme ver qué puedo esperar para lo que me queda de vida consciente en forma humana.
El Podenco/PP anunció que perecería ahogado en la marea imparable que acabaría imponiendo la razón del poder y la belleza de la fuerza. Extrañamente en esta fase de la sesión había abandonado el castellano y ya sobre cuatro patas anunció enfáticamente que nada podrían hacer por mí cuando subiera la marea. El Podenco indiano continuó con su suave esperanto y sentado sobre sus cuartos traseros ofreciéndome arrope en el compañerismo de una comunidad real capaz de solucinar sus propias contradicciones con elegancia y sin sangre. Y, para terminar el podenco/Expansión que ahora habló en castellano, me auguró un olvido imposible de paliar debido a mi incapacidad de limitarme a hablar de lo que sé y la consecuente tendencia a la simple elucubración.
Marlene me acompañó solemnemente hasta la puerta de alambre de espino y me hizo un saludo de diosa en el que creí entrever un guiño promisorio. Esta es la única esperanza que me queda si sigo como hasta ahora -pensé, creo que en alta voz. Me retiré tan dignamente como pude y con el turbo rosa entre las piernas volví a casa totalmente confundido.
Cuento todo esto en caliente sabiendo únicamente que mañana iré a contemplar la luna llena al cap de creus y allí entonaré un reqiem por mi pasado e iniciaré una quinta vida que, me temo, será la última que voy a poder vivir. Espero que no muy alejado de mi sacerdotisa-trapecista-guardia de playa Maerlene.