Arturo Soria es una calle muy larga que te lleva por el oeste desde el comienzo de la Ciudad Lineal hasta la altura de la plaza de Castilla en donde ya se diluye en lo que se siente como la salida de la ciudad de Madrid. Su nombre es el de un arquitecto que inició la construcción de esa nueva ciudad para que fuera más simple y entendible que el embrollo del resto de Madrid. Si desde su inicio actual, en su cruce con Alcalá, se prorrogara hacia el sur llegaría hasta la estación de Atocha y constituiría seguramente la calle más larga de la capital. Incluso con su longitud actual conforma ya una ruta muy larga y heterogénea que, independientemente de eso, me sirvió de refugio en una época en la que yo ya no estaba en la Carlos III, ni tampoco presidía la FUE, y en la que creía poderme consolar disfrazándome de intelectual neoyorkino o de solitario detective privado a lo Humphrey Bogart.
Trataré de reavivar mis recuerdos a fin de hacerla comprensible para un viejo desmemoriado. Hemos de distinguir entre la parte sur y la norte, separadas ambas por un enorme edificio que engloba muchos comercios y al que se llama Plaza de Arturo Soria. Aunque no es necesario estar cerca de ese mercado pues hay muchos locales de servicios alimentarios a lo largo de toda la calle, no es mala idea decidir en cuál de esas dos partes me sentiría más cómodo si decidiera contar con un semisótano en la zona. No hay muchos en la propia calle pero se pueden encontrar en las muchas bocacalles que la cortan y que dejan pasar la luz del atardecer. Sin embargo a mí me gustaría asentarme en la propia calle a fin de disfrutar de la antigua y rica plana de baldosas que te desvían la mirada en su riqueza conceptual. Esto basta para no frenar la tentación de contar con algo como un semisótano desde el que adormecerse o dejarse despertar.
Sin embargo, no es esa la intención sino más bien contar con un pequeño lugar en el que concentrase para escribir una cierta historia a determinar y, seguramente, solo una sección de una obra más larga que, en su inicio, acabará determinando el contenido de la que será la última parte de esa historia. En este sentido parecería inteligente procurar decantarse por un espacio cercano a comercios adecuados para la sobrevivencia agradable de un anciano. Por lo tanto no se trata de encontrar un centro de salud cercano de los muchos que se localizan en esa calle de Arturo Soria sino más bien lugares de comida de capricho, centros artísticos si los hubiera, kioskos y librerías en las que encontrar las lecturas necesarias para el entrenamiento de la tarea de autor.
Habrá que seguir paseando por esa calle a la espera de la memoria y de la inspiración, aunque de momento hay detalles que parecerían inclinar la ubicación deseada hacia un lado u otro. Hacia el norte de La Plaza se ubican varios centros de socialización que, aunque yo no los necesito, me gustaría tenerlos cerca a fin de entender que estoy en una ciudad abierta, así como centros de salud o residencias de ancianos que es posible que necesite dentro de no muchos años. Sin embargo, hacia el sur las posibilidades culturales son mayores en términos de librerías o similares y estas me atraen más a mi edad actual. De momento lo que más me atrae es un magnífico pub irlandés en una esquina ya muy cerca de Alcalá y que me ha traído recuerdos no solo de esta calle. He recordado el Dublín de James Joyce en el que aprendí a beber cerveza como dios manda aunque no solo eso. Esa memoria me inclinaría hacia esa parte de la calle a fin de no olvidarme del deseo de paz y de la tenacidad política que tanto me une a la convivencia que también representa la calle.