Estamos donde estábamos. Ramón sigue trabajando en la parte de educación del Museo del Prado y yo continúo trabajando como profesor de filosofía en esa universidad casi desconocida del sur de Madrid que ahora no me resulta tan lejana ya que, desde mi nueva morada, no tardo nada en coger un tren en la estación del sur y llegar a un pueblo grande, aunque no lo suficiente como para mudarme a él. Y, además, en estos momentos nada podría mejorar mi estilo de vida con Marian tan próxima en un entresuelo con buenas vistas a los tobillos femeninos.
Sin embargo no puedo olvidar que una parte del trato entre Ramón y yo está por cumplir. En efecto, debo, se supone, hacerme en el museo con un cuadro de un cierto tamaño y guardarlo hasta que Ramón y yo seamos capaces de encontrar un medio de exhibirlo en secreto a muchas personas aficionadas al arte a cambio de un precio sustancioso. Yo me siento obligado a no olvidarme de mi parte del trato y, en mi nuevo horario, dedico un breve tiempo al mediodía a pensar en ello y a elaborar un plan con el que sorprender a Ramón. De momento solo sé que hay tres partes de las que el plan no puede prescindir. Tiene que ofrecer un modelo de robo que sea aceptable, inteligente y seguro; debe acompañarse de una propuesta de cómo almacenar el botín del robo durante un tiempo largo que permita que se vaya olvidando el escándalo y, finalmente, es necesario que, entre ambos, seamos capaces de elaborar un formato que permita la explotación del tesoro.
Él y yo tenemos amigos comunes que muy bien podrían elaborar esa tercera parte de una forma genérica que no tendría por qué relacionarse con el robo. Al fin y al cabo se trata de llevar a la práctica una encriptación lo más cercana posible a la circular que, como mi amigo que sigue en Estados Unidos me explicó en su momento, es imposible. Aunque así sea, eso solo quiere decir que lo que tendremos que perseguir es una encriptación tan elaborada que no la podremos generar nosotros solos. La segunda parte del plan es más fácil pues la situación de mi nueva residencia es estratégica ya que está tan cerca del museo que nadie sospechará de un vecino como yo. Y la primera parte está tan lejos que, de momento, podemos no dejarnos llevar por su posible dificultad, máxime cuando, de hecho, esa parte no parece muy difícil.
Aunque parece claro que, aunque esté lejos en el tiempo, tengo que dedicar mi atención al robo inicial. No hay prisa, me digo, tratando de alejar el momento de llevarlo a cabo; pero por otro lado tengo que pensarlo en detalle para presentarle el plan a Marian y conseguir su aprobación. Si esto es tan urgente, me digo a mí mismo, debe ser porque nuestra relación me parece importante y quiero creer que a ella también y porque, en consecuencia, deseo consolidarla más allá de su inestabilidad actual. Esa inestabilidad pienso que no se debe a sus pretendidas obligaciones para con sus padres que le imposibilitarían el mudarse a vivir conmigo permanentemente. En efecto, como sus padre viven en Lavapiés, podría seguir viéndoles tanto como hasta ahora sin esfuerzo aparente. Se trata más bien, creo yo, de su miedo a que ese robo inicial pueda traerme a mí, e indirectamente a ella, consecuencias penales serias.