El terror de un viejo incapaz

Publicado el 02/04/2018

En el contexto de la búsqueda necesaria para reunir mis cuentos cortos de los que hablaba en el último post he encontrado Herr Kan camino de la Gola del Ter a la hora de comer. Hemos decidido hacerlo en el restaurante del Hostal Picasso y he tenido la suerte de encontrar una plaza en el parking de esa instalación. No era fácil de aparcar, pero finalmente lo he logrado y de manera que dejaba espacio suficiente para que el vehículo aparcado a la derecha pudiera abrir la puerta del conductor.

Al poco tiempo han llegado los nietos con sus padres y Rafa me ha pedido la llave de nuestro viejo coche que guardamos por aquí, en Flaçà concretamente, para poder desplazarnos en tren de Madrid a Girona y disponer de un coche aquí, en la Costa Brava. Cuando ha vuelto y me ha devuelto la llave tenía una sonrisa rara y me ha confesado que yo había rozado a ese coche vecino y que se notaba en los desconchones de ambos vehículos. Ha debido notar mi cara de terror pues se ha apresurado a decirme que creía que debía dejar al perjudicado una nota en el parabrisas para que pudiera usar, a través de su seguro, la cláusula contra terceros del mío. El terror que mi rostro mostraba se ha debido evidenciar todavía más pues se ha prestado a escribir esa nota y dejar su número de teléfono para que que nadie me diera la lata.

He aceptado inmediatamente esta oferta generosa y al tiempo me he sentido como un viejo cobarde capaz de las más bajas acciones con tal de no tener que enfrentarme con el mundo. En cualquier caso la comida me ha sido arruinada y me temblaban las piernas cuando después de pagar hemos vuelto al parking. Allí estaban los dos coches y me he apresurado a desaparcar en la esperanza de que el dueño del vehículo herido no apareciera en ese momento. Así ha sido y he salido pitando sin preocuparme de la marcha del resto de la familia.

Como me ha explicado mi hijo, aunque ya lo sabía, seguramente el pago de mi descuido, asociado a la matrícula de mi coche sería satisfecho. No me ha importado nada pues el importe no será muy grande; pero lo que si me ha importado es el terror al mundo que la edad me ha traído consigo. Me he ido apaciguando a medida que, a una velocidad excesiva, me iba alejando de ese parking maldito. Sin embargo lo que temía ha ocurrido y la dueña del coche herido ha llamado y he quedado con ella para hacer un parte de esos que son como entre amigos y para asegurar que mi seguro, cuyo número de licencia he aportado ayudado por mi hijo, cubre los desperfectos ocasionados por mi vehículo.

Y este acto de civismo me ha rejuvenecido. Tengo que recordar que no debo huir de mis problemas.