Hoy ha sido un gran día, el que necesitaba, el que solo los que te quieren puden proporcionarte. Todo ha empezado con un timbrazo que ha roto la placidez de la mañana. He abierto la puerta y me he encontrado con una despampanante rubia de uniforme que apeándose de una motocicleta me ha hecho entrega de un sobre de correos muy mullido. Con un suspiro de tristeza he visto cómo la rubia me abandonaba sin volver la vista atrás.
He sopesado el sobre dirigido correctamente a mi nombre y a esta dirección. Resultaba tan mullido que que solo podía contener una prenda para mi mujer o quizá fajos de billetes de 500 euros fruto de mis arriesgadas y exitosas operaciones especulativas en las que me meto para combatir el spleen que, de vez en cuando, nos aqueja a los senequistas. ¡Pues no! Contenía nada menos que un bañador de un tejido tecnológicamente evolucionado que al tacto te hacía pensar en la piel de una merluza del Gran Sol, de aquellas que solo muy de vez en cuando honraban la cocina de la casa familiar allá en la posguerra
La sorpresa ha sido infinita y he tardado en relacionarla en mi cabeza con este blog. Va a resultar que la historia de los bañadores va a acabar siendo la saga del verano de este año como la de Skoda lo fue del año pasado. Sin duda alguna alguien que ha leído mis comentarios sobre los bañadores que hacen rebosar un petate tan grande como para acarrear un equipamiento para el Himalaya, se ha apiadado de mis apuros y ha decidido ponerme al día. Debe tratarse de alguien que reconociendo el entusisamo en mi escritura ha creído que soy un jovenzuelo con un cuerpo como de adolescente.
Con una sonrisa propia de mi edad de descreído y por hacer honor a quien desprendidamente se preocupa de mí, me he desnudado ante el espejo antes de ducharme y me he enfundado este bañador alto en la cintura, con solo un amago de pernera, una preciosa cinta negra para ajustar la cintura y un color azul marino con costuras y finos ornamentos perfilados en negro.
La sorpresa ha sido mayúscula pues ha resultado que me sentaba como un guante. No solo por la elasticidad del tejido, sino sobre todo por la nueva figura que me estoy esculpiendo y, aunque esté feo que lo diga yo, por la helénica proporción de mis artibutos perfectamente enmarcada en el tejido de nadador con record del mundo.
No he tenido más remedio que conducir hasta la playa de Empuriès y estrenarlo en el mar que cegó a los griegos y en la retina de las bellezas locales e internacionales. Dejénme decirlo con rotundidad: ¡Completo éxito! Tanto que ha renacido en mí la vieja pasión por el culturismo y he decidido ser el próximo campeón mundial senior.
Pero ¿a quién agradecer este rejuvenecimiento instantáneo de mi espíritu y de la vida media de los bañadores contenidos en el petate? La etiqueta del modelo no descubre nada más allá de que no ha podido ser adquirido en cualquier sitio. Las señas del remitente están estratégicamente desfiguradas y nigún mensaje acompaña al regalo.
Mi mujer se ríe de mí, pero ya son muchos años y no puede ocultarme sus celos. Esto estimula aun más mi decisión de volver a recuperar mi elástica figura de juventud. Pero nada de esto hace desvanecerse mi inquietud por el anonimato del o de la remitente. Espero que si, como elucubro, se trata de un(a) asiduo(a) al blog acabe dejándome pistas. Yo, por mi parte, debería comenzar a investigar a la rubia.
Sí, hoy ha sido un gran día presagio, espero, de otras muchas sorpresas agradables.