Si desearía vivir en un torreón con vistas al oeste, al sur o al este, además de al norte, no es por casualidad o por capricho. Tiene que ver con mi edad, lo suficientemente alta como para no saber si quiero despertarme con el sol en la cara, como era el caso en la juventud o si prefiero sentirme iluminado al atardecer cuando ya no espero salir a nada dada mi edad. En cualquier caso lo que el sur me permite es, nada menos, que sentirme todopoderoso al sentir a mis pies toda la ciudad.
Para complicar aun más el asunto estos últimos días mi neurólogo, al que he acudido antes de tiempo empujado por un cierto malestar, me ha recomendado leer a Theodor Kallifatides, un escritor ya conocido por todos mis amigos cercanos que yo ya había descubierto y cuya última publicación, Otra vida por vivir, me ha complicado aun más mi elección al hacerme ver que no puedo dejar de pensar en el norte.
Tanto Kallifatides como yo hemos usado la vida para escribir y en ambos casos en un idioma que no es el nuestro. El ha hecho su carrera en sueco cuando aprendió a hablar en griego y yo he hecho la mía, o una gran parte de ella, en inglés cuando el euskera estaba vedado en Bilbao y mis padres me hablaban en español, y cuando desde ya hace bastante tiempo vivo en Madrid. Por lo tanto, como Bilbao está al norte, no puedo ignorar la posibilidad de volver a Euskadi y he de pensar en ello ya sea por la mañana o por la tarde o quizá en la siesta, dirigiendo mis ojos a ese norte al que mi torreón también está abierto.
Kallifatides consigue reunir a su pequeña familia en Grecia y terminar de dar forma a su inacabada vida recuperando su memoria. Es como cerrar un círculo, algo que nunca he creído importante, pero que ahora, con una edad ya bastante grande, comienza a presentárseme como algo impresecindible.
Tengo que volver a Bilbao y precisamente a la calle de Ronda en el número en el que nació Unamuno y mi padre, y desde ahí recuperar el Bilbao actual incluidos algunos de mis mejores amigos. Pero no basta con eso. Pienso que la mejor forma de aprovechar el dinero que me sobre ya en estos momentos finales de mi vida es en la compra de una bonita y sencilla casita en Iparralde desde la que mirar al mar y en la que quizá pueda volver a intentar retomar mi esfuerzo por recuperar el euskera.