A pesar de llevar mucho tiempo en Madrid, no puedo presumir de conocer bien la ciudad. Lavapiés es un buen ejemplo. Está en el sur y yo viví y fui al colegio muy al norte así que, como luego fui a la UAB, resultó que el sur de la capital era un lugar extraño para mí (a pesar del Rastro) y siguió siéndolo hasta que volví de Londres donde fui después de acabar la carrera y a fin de hacer ese doctorado que uno de mis profesores me recomendó encarecidamente.
Mi primer contacto con este barrio tuvo lugar a partir de la existencia del Museo Reina Sofía. Hasta que El Guernica llegó a él yo iba a menudo al Casón del Buen Retiro a contemplarlo y solo acudía a los museos previos al MNAC de vez en cuando con la ilusión de aprender arte y no tanto para recordar a mis padres que se habían casado en Bilbao, de donde ambos eran originarios, precisamente el día del bombardeo. Vivimos en Bilbao hasta que mi padre aceptó un trabajo en Madrid como profesor de la escuela de Ingenieros Navales a pesar de la burla que hacía su mujer, mi madre, sobre Navales en Madrid, famoso puerto de mar. Ellos vivieron en el norte de Chamberí, yo estudié en los colegio de los Jeusitas, en Chamartín, y luego en donde, con el tiempo, se construyó la UAM.
Poco a poco me fui haciendo al lugar y, con amigos o solo, comencé a pasear por lo que hoy se llama el Triángulo del Arte. Me encanta esa plaza en Lavapiés en donde se encuentra la parte original del Museo, la de Sabatini, el Conservatorio Superior de Música, un hotel que me encanta y una cafetería en la que aprendí a saborear el bocadillo de calamares. Pero eso no es sino un trocito diminuto del barrio. Muchas otras calles se van entrecruzando y se dirigen sobre todo al norte y al oeste al tiempo que se cruzan con callecitas desde las que se ve, a primera hora, la niebla que tapa el horizonte.
He llegado al centro de este barrio desde muchas partes distintas pero, en general, siempre comienzo desde esta plaza y subo hacia el norte girando enseguida hacia el oeste hasta llegar a la calle Argumosa que, en dos patadas, me pone en otra placita en la que hay ahora ya un gran Centro Dramático al que he ido numerosas veces y desde el que siempre salgo dispuesto a cenar algo en cualquiera de los numerosos restaurantes de la zona que sirven comida de distintos orígenes y de muy distintos precios. Los hay de muy distintos ambientes; pero en casi todos puedes olvidarte de que estás en mitad de Madrid y abandonarte a sentir que estás en algún barrio de Londres o en cualquier país nórdico en el que los comensales hablan en un tono muy sereno y sin gritos. Esto parecería raro pues, para la mayoría, Lavapiés es un centro importante del tipismo madrileño pero, si bien esto es también cierto, al estar mezclado con un cierto internacionalismo resulta inesperado y llamativo. Vivir aquí debe ser equivalente a sentirte extranjero, como si se tratara de un mundo descontrolado en el que nadie conoce a nadie y en el que, en consecuencia, puedes pasar totalmente inadvertido. Ideal para aquellos que, como yo y quizá Marian, buscamos el anonimato liberador.
El barrio es más grande de lo que yo imagino y además tiene puntos limítrofes con otros barrios bien conocidos en los que quizá se viva mejor y más tranquilamente. Pero, para alguien como yo, que lleva años viviendo en una de las partes más tranquilas de Madrid, lo interesante es la algarabía constante, las sorpresas frecuentes y la competencia entre centros culturales, bares y lugares de recreo que junto a las librerías, teatros y, especialmente, las galerías de arte, hacen del barrio algo excepcional y quizá algo difícil de abandonar con sus bajos y entresuelos de muy diferentes formatos.
Todo esto me hace pensar que mudarnos a este barrio, lejos de constituir parte de un plan para llegar a alcanzar esa identidad heroica que persigo, se vaya a convertir en un fin en sí mismo. Me viene a la cabeza que es posible que, una vez más, me esté arrepintiendo de una buena decisión antes de llevarla a cabo. Siento que, para vergüenza mía, nunca termino lo que empiezo y que si eso es cierto en un futuro no consiga nada: ni el robo ni el amor de Marian. Mi pregunta por lo tanto no es si se puede vivir en Lavapiés, sino si quiero vivir en este barrio.