Limosna

Publicado el 20/12/2019

Hace como unos cuatro meses experimenté los primeros síntomas de mi diagnosticado vértigo y resbalé en la acera derecha del Paseo de la Castellana, cayendo de cara al suelo. El primero en ayudarme fue un hombre negro de Senegal que, pienso, forma parte de una banda organizada que, entiendo, ponen el dinero recaudado en manos de los jefes de la banda que organizan la vida de los miembros incluyendo sus vacaciones.

Prácticamente me cruzo con él todas las mañanas y procuro depositar en su mano unas monedas sin que su valor sobrepase una cantidad muy razonable. El senegalés las recibe sin mirarlas y saludándome con una sencilla frase, siempre la misma: «gracias papi». Esta actividad me llevó a escribir algunos posts de este blog sobre la fantasía de una vida, la mía, como un pobre de solemnidad que dormía todas las noches en una de las paradas de los autobús circular. Pero recientemente la situación económica ha empeorado y he tenido la vergonzosa tentación de abandonar mi práctica y saludarle cada día sin depositar las monedas en su mano morena.

He procurado formarme una idea seria de lo que debería hacer y me he organizado un buen lío mental. He comenzado calculando lo que le estaría dando en términos mensuales y anuales y, al no ser una cantidad grande sino más bien pequeña y, en cualquier caso, asequible desde mis finanzas, la cantidad de mi limosna no parece relevante para tomar la decisión de seguir haciéndolo o no de no hacerlo ya.

Por lo tanto no tengo más remedio que tomar una decisión basándome en razones más serias. O bien me hago eco de Picketty y aplico sus ideas fiscales a mi situación financiera resultado de distintas fuentes incluyendo, los impuestos que pago y la pensión que cobro, o bien me convierto en un economista de los llamados liberales y focalizo mi pensamiento en la falta de libertad para estar en una economía competitiva que nos llevará a que cada uno acabará ganando lo que contribuya a la sociedad en la que vive.

Pero ninguna de estas estrategias me lleva a solucionar mi problema inicial. Por lo que concluyo diciéndome a mi mismo que cada día haga lo que me dicte el recuerdo de aquella caída y meta la mano en el bolsillo de mi abrigo, tome unas cuantas monedas y se las de al sengalés sin contar la cantidad con la que colaboro a la inmigración de los pobres.