Intentar escribir mi gran obra póstuma puede no ser una gran idea. Sobretodo si pretendo caer en la autobiografía ya que esta no daría mucho de sí a no ser que me invente muchos acontecimientos. Es lo que pretendo hacer, pero mientras mis pretensiones consiguen hacerse realidad, tengo que encontrar una forma de disponer de las ocurrencias que me vienen a la mente. Es posible que estas ocurrencias pueda llegar a formar una obrita en sí misma. Por si acaso esta obrita retoza en sí misma, lo que voy a hacer, y de lejos, es usar el nombre de la novela del Padre Coloma que recuerdo entre los libros de la biblioteca de mis padres: Pequeñeces.
Comienzo hoy con la pequeña e irrelevante historia del defecto de mi dedo meñique derecho deformado desde hace unos sesenta años. Desde muy chiquillo sentí y pude comprobar que en mi rodilla izquierda crecía una especie de bulto que desde entonces se fue endureciendo y que, hoy en día, me parce un aviso temprano de que es mi presente mal de Paget. Sin embargo este defecto de forma no me impidió llegar a se un buen deportista. De hecho alcancé el culmen de mi vida como jugador de fútbol infantil y desde entonces esta vida mía no ha hecho más que declinar, lenta pero de forma constante.
Comencé jugando como extremo derecha en el equipo de fútbol infantil del club Indauchu. Era muy rápido y me adelantaba a casi todo defensa hasta llegar a la línea de meta y retrasar un pase mortal. Hasta que un día un defensa al tanto de mi capacidad me zancadilleó y yo caí sobre el brazo derecho, y más concretamente, sobre el dedo meñique que se torció totalmente formando un ángulo recto con los dedos de la mano correspondiente. Me asusté; pero de un manotazo con la mano derecha lo enderecé.
Seguí jugando y creí que no había sido nada, pero estaba confundido.El dolor duró muchos días y este meñique derecho nunca ha llegado a ocupar su lugar original. Todavía hoy en día me suelo mirar mis manos con los dedos pulgares mirándose uno a otro y me asombro de la esa desviación que produce una asimetría llamativa. Quizá está aquí el origen de esa manía mía de estar siempre a la contra.