Como decía al final de un post anterior en este me voy a limitar a transcribir mi discurso de inauguración de la FUE eliminando las cuestiones tópicas de una inauguración de ese cariz y efectuando unas mínimas correcciones aclaratorias. Parecería el lugar adecuado para conectar con mi biografía y mi actitud hacia el granel con asuntos selectos. Así acaba una tercera parte de mi obra póstuma y cabe pensar en otras dos terceras partes posibles en los últimos veinte años, no tan directamente relacionados con mi trabajo intelectual pero sí con otros aspectos de la vida nada despreciables.
Epílogo
_No vean en mí ningún rasgo autodestructivo si dedico un momento a relativizar la importancia del mecenazgo y a desmitificar a los mecenas. El mecenazgo tiene una importancia económica muy pequeña y no puede esperarse que vaya a solucionar por sí mismo ningún problema serio. Contrariamente al mito que se pretende reverdecer en estos días, el mecenazgo no me parece la culminación del éxito de la sociedad civil que finalmente sobrepasaría al Estado, e incluso al mercado, como asignadores de recursos. Me parece mucho más fiel a la Historia considerarlo como un paso intermedio entre el Estado como proveedor de bienes y su sustitución por el Mercado, epítome, este sí, del desarrollo de la sociedad civil. No creo que la «generosidad» vaya nunca a constituir un principio de organización social alternativo al denominado «interés propio» ni, por lo tanto, estoy dispuesto a revestir a los mecenas con la pompa de un Médici que compite con quien protege. Me parece más correcto considerarles más bien creadores de mercados a largo plazo de bienes que que no son ciertamente apropiables. No se les puede negar generosidad pero lo importante, cuando aciertan, es su visión.
Si esto es lo que pienso de los episodios de gran mecenazgo que he mencionado, imaginen ustedes, con qué discrección habré de referirme a la Fundación que hoy se presenta. Lo único que pretendo es complementar modestamente los recursos, fundamentalmente públicos, que hoy se dedican en el mundo a la comprensión de ciertos temas propios de teoría económica para que, con esta ayuda, y una cierta oblicuidad de la mirada, acaben constituyéndose en parte de esa cultura general implícita que ordene nuestra convivencia.
No puedo demorarme en la enumeración de estos temas ni en la discusión de por qué me parecen cruciales pero quiero expresar mi convencimiento de que todos comparten la característica de conformar problemas abiertos y eternos. A diferencia del Teorema de Fermat, el cáncer o la composición química del tritón, los problemas sociales a los que los temas teóricos elegidos por la Fundación hacen referencia, no han a ser solucionados de una vez por todas. Seguirán siendo pensados eternamente con mayor o menor éxito de público, quizá con nuevos matices, y posiblemente desde ángulos inéditos sugeridos por cristalizaciones reales sorprendentes. Aquí es donde entra la Filosofía para la que sus problemas propios nunca están llamados a desaparecer sino a enriquecerse y renovarse con las aportaciones de quienes tratan de enfrentarse a ellos.
Algunos de los temas a cuya dilucidación la Fundación pretende contribuir comparten además una circunstancia que conviene resaltar. Preocupaciones como las asociadas al diseño de instituciones, a la cooperación vs. la competencia, a la racionalidad colectiva o a la posibilidad de «self-fullfilling prophecies», están, expresa o implícitamente, en Keynes y directa o indirectamente tienen relación con las intuiciones que estudió, con su actitud ante la sociedad y con no pocas cosas de las que se han pensado bajo su influencia. Por eso he querido asociar su nombre al de esta fundación que pretende asestar un golpe de mano filosófico a ciertos temas económicos. Tener un sesgo filosófico significa también saber pensar a contrapelo y pienso que Keynes merece hoy ser repensado, filosóficamente, en contra de esos tópicos que harían de él un rojo furioso y de su pensamiento un error bienintencionado.
Para ello nadie mejor que Axel Leijonhufvud quien, aunque fiscalmente conservador, mantiene una libertad intelectual encomiable. Su nombre está irremisiblemente unido al de Keynes pero, lo que es más importante, representa para muchos de nosotros, que tuvimos la fortuna de conocerle a finales de los años sesenta, la respetabilidad intelectual de la macroeconomía que, a la sazón, había degenerado en un insulso vademecum para turistas despistados. Desde su especialidad en Teoría Monetaria, su tradición Wikselliana, su conocimiento de episodios concretos de historia económica y de antropología del economista y su conocimiento profundo de los desarrollos microeconómicos contemporáneos, colaboró significativamente a revolucionar la manera de pensar agregadamente en Economía. Su presencia en UCLA, junto con la de su amigo Clower, hicieron de aquel Departamento un lugar de peregrinación. El que acabó con el simplismo del keynesianismo vulgar estuvo a punto de convertirse en origen y pretexto de otra moda, la Teoría del Desequilibrio, que tuvo vigencia durante algunos años aunque se desarrolló sin la finura intelectual de su impulsor. Sin embargo Axel no se dejó arrinconar y sigue pensando que el problema básico de coordinación de actividades en un mundo con problemas de información está todavía lejos de ser bien comprendido por la macroeconomía hoy en boga_.
Así acaba toda una parte de mi obra póstuma y cabe pensar en otra posible relacionada con los últimos veinte años y centrada en el juicio que sufrí enfocado en mis finanzas aparentemente poco claras, pero de cuyas posibles penas fui exonerado totalmente. No sé si no tuvo consecuencias pues la espera por la llegada de ese momento me llevó a ponerme en manos de una psicoanalista, que durante siete años me hizo trabajar y aclarar mi forma de juntar vergüenza y culpabilidad en sesiones de una hora de duración cada una de ellas y con una frecuencia de tres a la semana. Esas fueron la buenas consecuencias y una posible mala fue el ataque al corazón que sufriría en el verano del 2001.