Desde hace unos años he notado que, caminando por la calle hacia la oficina, me adelantan muchas mujerers de todas las edades y casi tosos los hambres. Así que cuando por una casulidad del destino me encuentro con alguien que lleva mi mismo ritmo, y que suele ser un hombre de mi edad, se establece una competencia curiosa. Para empezar la situación es embarazosa y las miradas laterales así lo revelan, por su frecuencia y su intensidad. En breves minutos uno aprieta el paso y se adelanta un poco haciendo un esfuerzo que, al no poder mentener, le vuelve a una situación paralela una vez más. Ni uno ni otro parecemos cejar en nuestro deseo de no dejarnos sobrepasar y el resultado es que ambos apretamos el paso con el resultado intuitivo de que ambos comenzamos a adelantar a gente que ya nos superó antes. Pero llega un momento en que ya no podemos más y las miradas laterales se hacen asesinas. La situación suele acabar con mi parada técnica para atarme las agujetas de los zapatos.