Desde hace ya unos cuantos años padezco un extraño mal que hace que los huesos crezcan y decrezcan a distintas velocidades de forma que casi en todo momento algún hueso del esqueleto muestra un crecimiento desproporcionado que no solo se ve sino que duele lo suyo. No tiene tratamiento medicinal y la única recomendación médica es la de caminar largo y deprisa cualquiera que sea el dolor que esto produzca. He seguido esta recomendación con entusiasmo, además de acudir a un fisiólogo que ha logrado paliar mis dolores.
Pero más recientemente ha ocurrido algo curioso. De manera natural me caía al suelo, generalmente hormigonado, en medio de mis paseos durante el último otoño cuando ese suelo se llena de hojas mojadas. Durante tiempo pensé que estos resbalones eran normales sobre todo en un tipo más bien viejo como yo que ya sobrepasa los setenta años con amplitud. Pero a medida que comenzaba a sentir mareíllos ocurrió que las caídas, o su aparente posibilidad, eran cada vez más frecuentes. Hasta que un día me derrumbé sobre la superficie seca y lisa de unos almacenes a los que visito con frecuencia en mis paseos y, ello, sin perdida alguna del sentido.
Los médicos me exploraron yo diría que con saña y su diagnóstico fue, después de descartar un ictus, el de el deshacerse de los huesecillos del oído interno derecho y el del correspondiente vértigo. Y ahí quedó su opinión sin que relacionaran ese vértigo con ese mal encontrado en su día por un médico francés llamado Paget. Pero en mi mente éste seguía allí por lo que yo debería tratar seriamente de retardar sus efectos caminando todavía más de lo que llevaba años haciendo al tiempo que trato de retardar la pérdida de memoria que también me aqueja supongo que simplemente por mi edad.
Quizá yo debiera haberme dedicado a la medicina pues poco a poco recupero memoria y he dejado de usar ese bastón que desde mis resbalones había comenzado a utilizar. Pero esto no es lo más importante de esta nueva etapa de mi vida. Lo que realmente me emociona es el nuevo aspecto que ha cobrado mi sensibilidad como efecto de mis paseos. Estos, ahora que ya estoy jubilado, se distinguen por la mayor velocidad con que los realizo y por el deseo de hacerlos novedosos caminando por caminos nuevos y muy a menudo por discurrir por aceras opuestas a las transitadas con anterioridad con el resultado de descubrir una nueva ciudad que, y aquí está la sorpresa, me recuerda a otras ciudades que descubrí de más jóven y que mostraban una arquitectura y un colorido que me encandilaban y todavía me encantan, asociadas como están, a formas de vida mucho más acordes con mis creencias morales y políticas.
¿Podrá esta nueva y amplia memoria vieja compensar la pérdida de memoria reciente? No se si la recuperación de la imagen de Goteburgo podrá compensar el olvido del funcionamiento de un aparato de información ultramoderno. Posiblemente no del todo y la vida diaria en comunidad se me hará más dificultosa; pero como la soledad va creciendo con la edad pienso que prefiero estructurar mi soledad. Así que me voy a pasear en lugar de acudir a este seminario sobre novedades tecnológicas al que comprometí mi asistencia.