Mientras voy perfilando todas las ideas necesarias para ejecutar el robo de un cuadro de calidad y, a la vez, sigo con atención los pasos de la correspondiente agencia inmobiliaria para vender mi vivienda a mi estilo de Doctor Velasco, pienso que no es la primera vez que me he visto frente a una decisión de las que pueden cambiar la vida de uno. Nunca sin embargo ha sido como en esta ocasión en la que el cambio sería radical y no dependería sólo de mí.
Mi vida ha estado llena de cambios radicales. Abandoné enseguida el primer trabajo de empleado en una empresa del sector de la producción que conseguí nada más acabar la carrera. Y lo hice para largarme a Londres a fin de hacerme con un doctorado que me permitiera ser más ambicioso profesionalmente, para lo que solicité y conseguí hacerme con un buen puesto en un banco importante. Tampoco duré mucho pues mis compañeros de trabajo me parecían muy poco abiertos a horizontes intelectuales que mejoraran en un futuro cercano la labor de intermediación. En consecuencia me apunté a dar clases de licenciatura de Economía en una facultad bastante mediocre a fin de tener tiempo para desarrollar una agencia propia que me permitiera introducir novedades en el mundo de la propiedad intelectual. Pasé tiempo en este negocio propio; pero me aburrí de tener que introducir esas ideas nuevas en un mundo que solo pensaba en trabajar en unas novedades demasiado conocidas. Así que acepté un puesto medio en un gobierno central como ayudante de un colega de universidad que pensaba aplicar ideas interesantes para la exportación tratando de desarrollar formas de producción tecnológicas que rompieran fronteras en base a ideas radicalmente innovadoras: todo pareció ir muy bien hasta que me di cuenta de que no iba a tener el apoyo de mi ex colega y amigo cada vez más atrapado por politequerías que no eran de mi interés.
Fue al finalizar el gobierno correspondiente o, mejor dicho, un año antes, que decidí volver a la universidad en cuyo ambiente intelectual abierto pensé en dar un golpe fuerte a la forma vulgar de entender lo de la propiedad intelectual. Fui desarrollando ideas y publicándolas en revistas aceptables hasta que ya solo quise conseguir un buen golpe a las prácticas del mundo real, generalmente encasquilladas en intereses particulares. De ahí surgió, con mis padres ya fallecidos, esa idea, que me ha martirizado, del robo que me permitiría poner en práctica esas ideas mías. Ocasión que llegó como por casualidad a partir de la tarea de Ramón en el Prado-Educación que le permitía, además de atender a los ambiciosos seminarios para niños, entre los que se encontraban los organizados tanto por Marian como por Emilia, las cenitas semieróticas posteriores. Es justo en ese momento que me tropecé y me golpeé la cabeza perdiendo bastante memoria.
Quizá por ese accidente he llegado, pienso acríticamente, a la gran oportunidad de mi vida haciendo de ésta algo no vulgar y en cierto modo heroico: devenir en autor más allá de la escritura académica ya practicada. ¿Cómo constituir un equipo a prueba de debilidades mediocres? He de reunirme con mi amigo y con mis amigas para ponerles al tanto de mis ideas locas que yo considero fáciles de llevar a la práctica. Naturalmente he de comenzar por mi falta de memoria y la consiguiente necesidad de contar con la suya. La única trampa que hago, a fin de guardarme una baza, es ocultarles si estoy inclinándome a robar el original o la copia al retrasar el momento oportuno para dar el golpe hasta que esas copias que están organizando estén terminadas o casi.
A partir de ahí les narro, una vez más, la logística del robo, algo bien pensado y que, esta vez, me parece que expongo con bastante entusiasmo. Me parece que se dan cuenta que ese es el caso y me plantean muchas dudas triviales que me hacen ver su falta de determinación, especialmente en Marian que, claramente, duda entre apoyarme o no agarrándose a la imposibilidad, reconocida por mi, de la encriptación circular. Se va alargando la sesión explicativa y, en mi interior, decido no llevar a cabo el robo o, lo que es lo mismo, renunciar a mi personalidad heroica y abrumadora; pero entonces me doy cuenta de que Marian me apoyaría de verdad. Habría sido el momento de pedir la mano de Marian... para siempre, pues creo que, incluso antes de expresar en voz alta mi renuncia al robo, Marian me hubiera dicho que sí aceptaba mi mano.
Mientras recogíamos nuestras cosas a fin de volver a nuestras viviendas respectivas, me di cuenta de que, una vez más, el resultado final iba a ser el de siempre: yo me quedaba sin ninguna de esas dos cosas. Caí en un principio de profunda tristeza diciéndome a mi mismo que continuaba, como siempre, perfectamente solo. Nuestros cariños domésticos no fueron del todo suficientes como para convertir mi inicio de depresión en una alegría radical; pero al menos fue capaz de preguntarme. Zer egin?