Por alguna razón desconocida el otoño se alargaba mucho este año y lo hacía de forma preciosa con la luz intensa de las mañanas y el alargamiento de las tardes hasta que llegaba una oscuridad que se me antojaba más transparente que otros años. La vida de Marian y la mía entraron en una envidiable placidez con reencuentros diarios en la hora de la siesta cuando nos encontrábamos en mi entresuelo o en mi bajo y charlábamos cariñosamente intercambiando proyectos de vida conjunta sin exigencia alguna de ir tomando decisiones. Creo que ambos éramos conscientes de que yo tenía que cumplir con mi parte del trato con Ramón, pero ni ella ni yo parecíamos decididos a romper la calma. Sin embargo, algún día tenía que llegar esa ruptura del silencio. Y llegó.
Yo procuré no disfrazarme del entusiasmo propio del que ha encontrado el tesoro buscado, sino aparentar un simple plan como quien explica un proyecto de viaje de vacaciones. Yo lo explicaba en plural: aprovecharíamos una fecha específica para sacarlo del cuerpo principal del Museo y depositarlo en un lugar discreto del Museo-Educación. Invitaríamos, de manera cuasi anónima, a un buen pintor casi desconocido a sacar una copia del cuadro en ese espacio y, en su momento, sacaríamos con cuidado el original y lo llevaríamos sigilosamente a un sitio seguro dejando la copia en el Museo-Educación. Luego esperaríamos a que esa copia volviera al cuerpo principal del Museo y a que éste hiciera pública su opinión de que ese cuadro era falso. Finalmente, a partir de ahí, pondríamos en funcionamiento la encriptación cuasi circular y, sin explicación alguna, comenzaríamos a ganar dinero ofreciendo visitas on line secretas que se pagarían de manera muy difícil de detectar.
Marian hizo unos comentarios muy generales en un tono muy poco tenso como tratando de abandonar el tema y volver a la placidez habitual. Pensé que había llegado mi momento y fui introduciendo detalles. El primer movimiento del cuadro sería tarea propia de Ramón quien, con mi ayuda, procedería también a sacarlo de ese espacio y a depositarlo en casa de los padres de Marian o de Elisa mientras la copia aparecía en el espacio controlado por Ramón. La encriptación cuasi circular y la venta posterior de servicios era ya cosa muy simple.
Sobre este esquema yo tenía modificaciones especiales que iría introduciendo en el momento adecuado dependiendo de la actitud de Marian. Yo pensaba que me interesaba más a mí sacar la copia y dejar el original siempre que, entre Ramón y yo, pudiéramos ingeniarnoslas para que alguien descubriera, paradójicamente, la falsedad del original. Así se lo hice saber a Marian añadiendo que, de esta manera, ante cualquier problema que pudiera surgir, contaríamos con una gran defensa. Marian no pareció apreciar este último punto, sino todo la contrario.
En medio de la serenidad de la que disfrutábamos al comienzo del invierno sesteando en el bajo del Doctor Velasco, la reacción de Marian fue bastante dura aunque no muy ruidosa. Me recordó con claridad su oposición a mi brutal deseo inicial de dar un golpe sonado que afirmara mi identidad única de autor, en este caso autor de un bocinazo en contra de la propiedad intelectual del arte. Se rió de mí al preguntarme si lo había olvidado; pero a continuación reafirmó su opinión en contra de cualquier acto ilegal por muy bien intencionado que fuera. Sus intenciones parecían buenas, pero nos pareció a ambos, al menos implícitamente, que resultaría mejor para los dos dejar esta discusión para otro momento.